Andaba yo leyendo La ciudad, de Mario Levrero. Cuando llegué al final, lo coloqué en su estante. Al rato me di cuenta de que no había leído el prólogo. Lo volví a coger, esta vez por la primera página para ver qué era lo que nos comentaba Ignacio Echevarría, el prologuista.
De repente, me encuentro con lo siguiente:
“Contarás la novela en el prólogo”: así formulaba Mario Levrero lo que, según él, “venía a ser una especie de tácita ley española”. Lo anota con fastidio en su gran libro póstumo, La novela luminosa (2005), en una entrada de diario correspondiente al domingo 10 de diciembre de 2000. Recuerda Levrero, a este propósito, el prólogo que Antonio Muñoz Molina acababa de escribir entonces para La ciudad, que se editaba por primera vez en España (año 1999).
Le parecía a Levrero que, (…) Muñoz Molina impedía al lector, con su prólogo, “descubrir por sí mismo qué es lo que se siente ante determinados pasajes o ver por sí mismo cómo va evolucionando la trama”.
Por fin leo un prólogo que cuenta algo de lo que pensamos los lectores. Por fin un escritor alza la voz para quejarse sobre el prólogo (o por lo menos por el tipo de prólogo español).
Por fin alguien (y no cualquier alguien, el mismo autor) se cuestiona del por qué de contar lo que va a suceder a continuación.
¿Qué sentido tiene un prólogo? ¿Enmarcar la historia? ¿Saber la motivación que tuvo el autor a la hora de escribir una obra en concreto? Probablemente. Y seguro que si dicho texto se limitara a esta función, el lector vería enriquecida la lectura.
Sin embargo, según mi experiencia, leer el prólogo sólo le quita sorpresa al contenido en sí del libro, destaca lo más importante del libro, la trama, los personajes… en definitiva, ¿no es una sinopsis extendida?
Para los lectores, que, como yo, tratan de obtener la mínima información sobre un libro que quieren leer, sólo es un impedimento, un obstáculo a la lectura en sí. Y por eso SIEMPRE los dejo para el final. Reconozco que muchos son muy interesantes (estoy ahora mismo pensando en Trifulca a la vista, de Nancy Mitford, que sí cuenta algo de la biografía de la autora, lo cual enmarca el texto de la novela), aunque si bien es verdad, la mayor parte no hacen más que repetir lo que se dice después (como por ejemplo el de ¡Indignaos!), con lo cual llegan a ser inútiles.
Y vosotros, ¿qué pensáis? ¿Sólo aportan información de más los prólogos españoles? ¿Leéis el prólogo antes que el libro o lo dejáis para el final?
Namaste.