En esta época del año, son comunes las ausencias en las actualizaciones de los blogs. Eso ya los sabéis los que seguís más de uno: vacaciones, viajes, o simplemente, ganas de desconectar. Lo mío no es ni lo primero ni lo segundo, quizá un poco de lo tercero. Son varias las entradas que tengo en la recámara, pero por unas causas o por otras (poco tiempo, pocas ganas de sentarse a escribir) acabo dejando el blog para el final. Todo esto es para explicaros por qué no he estado, no sólo es que actualice menos (siendo consciente de que es así), sino que en este mes prácticamente no me he asomado por estos lares. Dicho esto, paso a contaros algo sobre el libro que encabeza estas líneas.
Conocí este libro gracias a Goizeder. En su día, como tantos otros, este título pasó a formar parte de mi libreta donde anoto el Plan Infinito. Por fin, le llegó su momento.

Carreteras secundarias narra el viaje iniciático de un hijo con su padre en la España de los años setenta. Ambos recorrerán la costa mediterránea mediante una de sus pocas posesiones: un Citroën Tiburón, que les llevará de un lugar a otro, sin rumbo fijo, en buscar de algo de dinero de una vida aparentemente normal.
Con apenas dos personajes, Felipe, el hijo, y el pobre diablo del padre, Martínez de Pisón extiende una prosa ágil, donde los capítulos son cortos, apenas de un par de páginas, en los que se afronta el tema de la adolescencia, de las relaciones entre padres e hijos y de la errática transición a la vida adulta.
Podemos distinguir dos partes claras en el desarrollo de la trama: de un lado, la primera mitad del libro, que nos encuentra la historia, donde conocemos el modo de vida de los protagonistas y sus forma de ser. De otro, la segunda mitad: conforme se va acercando el final se concretan determinados temas que se habían tratado con anterioridad, como el orgullo o el miedo al futuro y se comprueba la evolución en el personaje de Felipe, convirtiéndose ya en un adulto. Es esta segunda parte la más seria, la más compleja, pero también más agridulce y cruda que su antecesora. Y esto es porque la máscara que inicialmente veíamos en los personajes, la pantomima o representación que parecía que eran sus vidas, se reduce a la realidad, se quita la máscara y vemos lo que en realidad hay debajo.
Así, el lector podría llegar a pensar, al menos durante la primera mitad de la novela, que se tratan de unos personajes sencillos, simples y planos, casi cómicos, que no se toman en serio ni ellos mismos. Sin embargo, posteriormente nos damos cuenta que esos personajes son claramente redondos y que, además, analizando la parte cómica vemos mucha tristeza velada, mucho sentimiento en el trasfondo.
Al final, lo de menos es el viaje, el lugar al que se llega o desde el que se va. Y lo realmente importante son todas esas cosas que van ocurriendo en el camino. Como en la vida, lo importante no es la meta o el fin, sino lo que va aconteciendo a cada paso del camino.
Aunque en esta segunda parte gana complejidad, tengo que decir que esperaba más. No me ha disgustado, pero no me ha entusiasmado ni la mitad de lo que pensaba que lo haría. Un libro más, que pasará a formar parte de los libros que entretienen pero no de los que calan, de los que llegan hondo. Desgraciadamente, llevo muchos de estos este 2012.
FICHA:
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Namaste.