¿Y ellos qué opinan?, Literatura

Y ellos, ¿qué opinan? (XXVIII): Cory MacLauchlin

corymclauchlinheadshotCory MacLauchlin (Virginia, Estados Unidos). Graduado en inglés, imparte clases de Literatura Americana y escritura. Tras el huracán Katrina se dedicó a recuperar documentación con la que terminaría publicando Una mariposa en la máquina de escribir, biografía de John Kennedy Toole de la que también saldría un documental: The Omega Point.

1.- ¿Cuál es el último libro que has leído?

Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes.

Touché. El Quijote lleva meses en mi mesilla, mirándome con recelo, viendo pasar las estaciones y el resto de libros que sí voy leyendo. Lo (poco) que llevo me ha gustado, más de lo que esperaba, la verdad. Pero de momento, no sé por qué, no me anima demasiado a sentarme y seguir leyendo. Veremos qué va pasando.

2.- Un libro que nos recomiendas.

La tierra baldía, T. S. Eliot.

Uno de los poetas más importantes en lengua inglesa y su obra más famosa: autor de referencia pero al que nunca me he acercado. Si en el ámbito de la narrativa tengo lagunas, imaginaos en el de la poesía.

3.- Un autor por el que sientas fijación.

John Kennedy Toole.

Totalmente comprensible. Es un autor de los que atrae, y cuanto más sepas de él, todavía más. Eso me ocurrió a mí desde que conocí las circunstancias de su muerte y no ha hecho más que crecer. El que quiera saber más que me pegue un silbido.

Y vosotros, ¿habéis leído el Quijote? ¿Recomendáis La tierra baldía? Si no habéis leído La conjura de los necios, ya estáis tardando. ¡Larga vida a Ignatius!

Namaste.

Autor, Carrasco, Literatura

La tierra que pisamos, Jesús Carrasco

Cuando Carrasco publicó Intemperie revolucionó el panorama literario colándose en la privilegiada lista de autores que además de ser encumbrados por la crítica, también es respaldado por los premios y las ventas.

la-tierra-que-pisamosProbablemente yo sea de las pocas que no leyó Intemperie en su momento, pero que quería probar con el autor y por eso decidí acercarme a esta novela. No tenía muy claro qué me iba a encontrar ni cómo iba a ser el estilo del autor, pero como enseguida llegas a un párrafo como éste te queda claro en poco tiempo:

Con los puños llenos de tela y los ojos cerrados, he tratado de concentrarme en la oscuridad exterior. Y así, he imaginado que me asomaba al porche elevado sobre el fragante césped que rodea la casa y, desde allí, he dirigido mi atención hacia el frente, al lugar donde el predio se asoma al valle. A lo lejos titilan las farolas de gas del pueblo, encaramado como un galápago a las faldas del castillo.

Página 10

Este tipo de fragmentos son frecuentes en La tierra que pisamos, a medio camino entre la poesía más metafórica pero sin perder la precisión analítica que emana de su prosa. Del resto poco sabemos, dado que el autor no se detiene explicando demasiado sobre los protagonistas (de hecho, en la sinopsis se cuentan muchas más cosas que en las primeras cien páginas). Una mujer y la visita de un hombre que se sienta en su propiedad. Hasta ahí. El resto es todo un juego de palabras, descripciones y análisis sobre temas distintos: la resistencia, la humanidad o el pasado. Todo bajo una estructura bien clara: una prosa dura y recia pero muy bien elaborada y destellos poéticos a través de adjetivos que van reluciendo según leemos.

Me ha recordado tanto a Coetzee que he tenido que comprobar el nombre del autor en la portada. Estilos similares, aunque el sudafricano equilibre más la historia en cuanto a la acción y a la dureza de los eventos que ocurren. También me ha venido a la mente Cosecha, de Jim Crace: el uso muy limitado de la información que se proporciona al autor o la utilización de diálogos mínimos.

Sin embargo, sí que tengo que decir que aunque la prosa está muy bien elaborada, la historia en sí no me ha llegado a enganchar, donde no he podido conectar con la historia, además de tener la sensación de que avanzaba muy lentamente la acción de la novela. Tan lentamente que por momentos se me ha hecho pesado.

La fe es un diamante engarzado en carne. Y la carne se aja y enferma. La piel se descuelga y los tendones se vuelven quebradizos y entonces el diamante cae, o se eleva, y se desvanece en la negrura del espacio cuyo final no es conocido, ni tan siquiera imaginado.

Página 176

En conclusión, una novela que me ha sorprendido por el modo de escribir del autor, pero que no me ha acabado de convencer. Veremos si me decido a leer Intemperie.

FICHA:

Te gustará si te gusta

Pros

  • El estilo del autor, que sorprende y demuestra su uso mágico de la lengua.

Contras

  • ODIO las sinopsis donde cuentan de más.

  • No he conseguido conectar con la historia.

Namaste.

Literatura, Rhodes

Instrumental, James Rhodes

Instrumental es uno de esos libros de los que todo el mundo habla de ellos. De repente, con su publicación, las redes se llenaron de comentarios de lectores que lo habían leído o que lo querían leer, una especie de situación febril de euforia de la que me suelo mantener alejada. Mi experiencia con este tipo de historias no suele ser muy buena: muchos de estos fenómenos son un simple resultado de la combinación de dinero, márketing y publicidad.

Hacia-rutas-salvajesDejé pasar el asunto, me alejé del libro, pero aún así de vez en cuando el gusanillo que se suele esconder al fondo, que pasa desapercibido un tiempo pero que de repente se vuelve a manifestar, recordando que no se ha ido de ahí en todo ese tiempo.

Así que al final acabé cayendo en la lectura de este libro, quizá convencida que me venía bien alternarlo con alguno de los tochazos que prometen escalabrarme la cabeza cualquier día de estos cuando se precipiten desde mi mesilla. (Por favor, buscadme un epitafio que no tenga demasiado sarcasmo).

Rhodes es un pianista británico que cuando era un niño de apenas 4 años sufrió abusos sexuales por parte de uno de sus profesores del colegio. A partir de ese momento, con un trauma que no contó a nadie y que no supo gestionar, acabó en una espiral de autodestrucción y culpabilidad que le llevó a experimentar lo más sórdido: drogas, autolesiones, intentos de suicidio.

La música salvó a este tipo e Instrumental es el libro en el que nos cuenta cómo.

Le di a la tecla de reproducción y escuché una pieza de Bach que no conocía, que me llevó a un sitio de tan esplendor, de tal abandono, esperanza, belleza y espacio infinito que fue como rozarle la cara a Dios.

Página 125

Tras 10 años sin acercarse a un piano, Rhodes comenzó a tocar de nuevo y cambió su vida para dedicarse a lo que más le gustaba: interpretar música. Después vino el éxito: conciertos, grabaciones de discos, reportajes en televisión y la publicación de su libro.

La música puede llevar luz a sitios a los que nada más llega.

Página 225

Su modo de ver la música clásica, tan alejado de los estereotipos del género, ha supuesto un acercamiento de personas que no sabían por dónde empezar y que desconfiaban del ambiente propio de una sala de conciertos tradicional.

En este sentido, en Instrumental Rhodes hace lo mismo que en sus conciertos: poner en antecedentes de lo que se va escuchar contando algo de la vida del compositor, sus motivaciones y miedos y después conectarlo con su propia experiencia personal. En este libro es exactamente igual: nos puede contar una situación sórdida y dolorosa, pero antes de cada capítulo nos deja unos cuantos párrafos referidos a una de sus obras clave, no sólo sobre el temperamento del compositor sino de su conexión personal con cada pieza. Cuándo la escuchó, qué le recuerda o qué le transmite.

Es fácil sentirse arrastrado por su entusiasmo, y esto lo hace desde una doble vertiente: de un lado escuchar las obras de las que habla se hace necesario, pero también es inevitable dejar el libro para tratar de procesar tanto dolor que ha tenido que afrontar durante aquéllos espantosos 5 años de abusos y también todas las consecuencias que originó ese horrible hecho.

El espacio no es nada sin tiempo. El tiempo es un parachoques.

Página 52

Instrumental no es un libro de esos que puedes decir que te ha gustado, porque te deja una sensación muy desagradable en la boca del estómago. Pero es como el parachoques: necesario.

FICHA:

Te gustará si te gusta

  • La música clásica, conozcas mucho o poco de ella.

Pros

  • El inicio de cada capítulo, la música que recomienda y el entusiasmo con el que habla de ella.

Contras

  • Al ser una historia autobiográfica, se centra en el contenido más que en el estilo.

Namaste.

Autor, Literatura, Pitol

Trilogía de la memoria (III): El mago de Viena, Sergio Pitol

Hoy os traigo la tercera parada de la Trilogía de la memoria de Sergio Pitol, tras El arte de la fuga y El viaje.

Trilogía-de-la-memoria

El mago de Viena es el más literario de los tres, el que más reflexiona sobre el acto de leer y la literatura en general. Uno de esos libros sobre libros que nos encanta a los lectores, donde además de llevarnos un montón de títulos y autores apuntados, leemos cosas como ésta:

De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro, dice Borges.

(…)

El libro realiza una multitud de tareas, algunas soberbias, otras deporables; distribuye conocimientos y miserias, ilumina y engaña, libera y manipula, enlatece y rebaja, creaca o cancela opciones de vida. Sin él, evidentemente, ninguna cultura sería posible. Desaparecería la historia y nuestro futuro se cubriría de nubarrones siniestros. Quienes odian los libros también odian la vida. Por imponentes que sean los escritos del odio, en su mayoría la letra impresa hace inclinar la balnza hacia la luz y la generosidad. Don Quijote triunfará siempre sobre Mein Kampf.

Página 454.

O ésta:

Releer a un gran autor nos enseña todo lo que hemos perdido la vez que lo descubrimos. ¿Quién no se ha sentido traspasado al leer en la adolescencia El proceso, Los hermanos Karamazov, El Aleph, Residencia en la tierra, Las ilusiones perdidas, Grandes esperanzas, Al faro, La Celestina o El Quijote? Un mundo nuevo se abría ante nosotros. Cerrábamos el libro aturdidos, internamente transformados, odiando la cotidianidad de nuestras vidas. Éramos otros, querríamos ser Aliocha y temíamos acabar como el pobre Gregorio Samsa. Y sin embargo, años después, al revisitar alguna de esas obras nos parecía no haberlo leído, nos encontrábamos con otros enigmas, otra cadencia, otros prodigios. Era otro libro.

Páginas 464-465.

El autor mexicano profundiza además en la relación lector-autor, esa fijación que sentimos los lectores por determinados escritores. En este caso, él reinvidica de esta forma la obra de Eudora Welty:

LA AUTÉNTICA LECTURA, LA RELECTURA. Nadie lee de la misma manera. Me abochorna enunciar semejante trivialidad, pero no desisto: la diversa formación cultural, la especialización, las tradiciones, las modas académicas, el temperamento personal, sobre todo, pueden decidir que un libro produzca impresiones distintas en lectores diferentes. Acabo de leer Las manzanas doradas, de Eudora Welty, una excepcional narradora del Sur de los Estados Unidos a quien admiro desde hace muchos años. La leo y releo con la mayor atención; en sus narraciones las cosas parecen muy sencillas, son insignificancias de la vida cotidiana o momentos terribles que parecen anodinos; sus personajes son excéntricos y al mismo tiempo muy modestos, como lo es el entorno. Uno podría pensar que estarían desesperados en el minúsculo espacio que habitan, pero es posible que ni siquiera hayan reparado en que fuera de su pueblo existiera otro mundo. Son auténticamente «raros», provincianos, sí, pero no es una literatura costumbrista; de ningún modo se comportan como una manada. Otra notable escritora del Sur, Katherine Ann Porter, señaló en alguna ocasión que los personajes de Eudora Welty eran figuras encantadas que, para bien o para mal, están rodeadas de un aura de magia. Me parece una definición perfecta. En sus páginas esos pequeños monstruos humanos jamás aparecen como caricaturas sino que están retratados con normalidad y dignidad.

He comentado en varias ocasiones con amigos escritores las virtudes de esta dama; la conocen poco, no les interesa; dicen haber leído algún que otro cuento suyo que recuerdan mal. Están en lo cierto cuando de inmediato, como a la defensiva, afirman que carece de la grandeza de William Faulkner, su célebre coterráneo y contemporáneo, cuyas tramas y lenguajes han sido parangonados tantas veces con las historias y el lenguaje de la Biblia. Los libros de la señorita Welty distan de ser eso, es más, son su revés: un desfile de presencias diminutas, queribles, trágicogrotescas, que se mueven como marionetas trepidantes en alguna mínima ciudad hundida en un sueño divertido y al mismo tiempo cruel, de Mississippi, Georgia o Alabama durante los años treinta o cuarenta del siglo XX. Los lectores de esta autora no son legión. Para los elegidos —y en casi todos los lugares donde he vivido he encontrado a algunos de ellos—, leerla, hablar de ella, recordar personajes o detalles de alguno de sus relatos equivale a un perfecto regalo. Esos lectores por lo general están vitalmente relacionados con el oficio literario, son curiosos, intuitivos, civilizados, están dispersos por el amplio mundo, encerrados igualmente en torres de marfil, en mansiones palaciegas o en inclementes cuartos de alquiler.

Páginas 462-463

Por último, el proceso de escritura, los dejes, manías y referencias de un escritor, en este caso, de él mismo:

Escribo un diario. Lo inicié hace treinta y cinco años, en Belgrado. Es mi cantera, mi almacén, mi alcancía. De sus páginas se alimentan vorazmente mis novelas; desde hace un año lo he desatendido demasiado; las entradas han sido mínimas: unos pocos renglones que señalan el fallecimiento de algún ser querido, desde luego mi hermano, también Sacho, mi perro, y otros amigos más. Escribir un diario es establecer un diálogo con uno mismo y un conducto adecuado para eliminar toxinas venenosas. Quizás el abandono al que aludo se debe a que ese diálogo indispensable se ha trasladado a mis últimos libros, casi todos con un fuerte sedimento autobiográfico; siempre ha estado presente en mis novelas, primero furtiva, luego descaradamente ha llegado a permear hasta mis ensayos literarios. En fin, en cualquier tema sobre el que escribo logro introducir mi presencia, me entrometo en el asunto, relato anécdotas que a veces ni siquiera vienen al caso, transcribo trozos de viejas conversaciones mantenidas no sólo con personajes deslumbrantes sino también con gente miserable, esa que pasa las noches en estaciones de ferrocarril para dormitar o conversar hasta la madrugada.

Página 516

Éste es uno de esos libros que quedan plagados de anotaciones tras su lectura, uno de esos libros que nos agitan como un terremoto y nos cambian nuestra perspectiva en muchos aspectos. Un libro que nos recomienda muchas otras lecturas, otros autores, otros caminos por tomar. De esos que acabas con una lágrima en el ojo al terminar.

No puedo sino agradecer al destino haber entrado a ese vagón de metro en concreto y leer el fragmento que me ha llevado a un libro espectacular, que me ha dado muchas alegrías y que (creo) me seguirá dando otras tantas en el futuro.

FICHA:

Te gustará si te gustó

Pros

  • Las múltiples referencias literarias.
  • Cómo hila unos temas con otros y va analizándolos.

Contras

  • Hay que leerlo despacio  y poco a poco.

Namaste.

Autor, Crace, Literatura

Cosecha, Jim Crace

Hay libros que son como un vergel, un paraíso donde el agua mana de forma abundante, donde los árboles esperan que recojamos sus frutos, donde el olor a primavera nos anima a tener un día plagado de buenos propósitos y grandes anécdotas.

Historias que prometen sonrisas, conversaciones con amigos, diversión, un día soleado con olor a flores frescas. Aunque después la historia se tuerza, como en Picnic en Hanging Rock, de la australiana Joan Lindsay.

cosechaHay otras novelas, otras historias, que desde el primer momento prometen ser un páramo donde sopla fuertemente el viento, donde nos huele a quemado desde el principio. Hay algo en el ambiente que nos hace desconfiar. Las de Steinbeck o las de Faulkner son claros ejemplos.

A pesar del título, la novela que os traigo hoy es un erial. Desde la primera línea sabemos que algo malo va a ocurrir. Tememos por los desconocidos que acaban de llegar a la comunidad agraria. Sospechamos que no va a suceder nada bueno. Sí, hay una cosecha, y qué cosecha.

Apenas se nos aportan los datos justos como para situar de forma concreta la historia tanto en el espacio como en el tiempo, pero Crace no necesita más. Tan sólo describir el tipo de actividades comunes que realizan los vecinos y algo sobre sus relaciones que no deja de ser la típica imagen que tenemos de cualquier comunidad agraria de hace un siglo (el viudo que echa de menos a su esposa, la rivalidad entre ellos, la esperanza por que el tiempo les sea favorable, la euforia al celebrar una fiesta…).

Tampoco necesita recurrir a saltos temporales ni a profusas descripciones del paisaje. Podríamos llegar a pensar que la prosa del británico es tan austera como sus personajes, los hombres y mujeres de otra época acostumbrados a trabajar de sol a sol sin pararse a realizar florituras en su vestimenta o en su peinado. No hay tiempo que perder. La rutina manda.

Así, la situación se mantiene prácticamente igual generación tras generación. La conciencia de saber que la vida del nieto no difiere demasiado de la del abuelo. Se desdibujan las líneas de la personalidad, la comunidad es lo importante. La repetición invariable de las estaciones para obtener el éxito conjunto: una próspera cosecha.

Hasta que unas columnas de humo prometen romper su mundo en dos.

Hay algo en esas líneas y esos trazos, en esos azules y verdes aparentemente fortuitos, que a pesar de su viveza los hace parecer desolados.

Página 146

Desde ese momento, aquella intuición que se mantenía agazapada desde la primera línea, crece y crece hasta convertirse en un monstruo de dos cabezas que promete destruir el mundo que conocen a través de la maniobra más peligrosa que puede existir para la rutina: el cambio.

Los problemas se amontonan y la comunidad se desquebraja. Su seguridad desaparece para dar lugar a la incertidumbre, la desconfianza, la incomprensión.

Una de esas novelas que se agarran al estómago, con un estilo incisivo, directo a lo que se quiere comunicar, sin apenas diálogos y con escasas descripciones. Ese es Jim Crace y no necesita más para meter al lector de lleno en la historia de Cosecha.

FICHA:

Te gustará si te gustó

Pros

  • La dualidad poca información-fuerza del estilo.
  • Impecable edición de Hoja de Lata.

Contras

  • La sensación de nudo en el estómago.

Namaste.