IMM, Literatura

IMM (72)

Os dejo por aquí las últimas adquisiciones de los meses de marzo y abril, que coinciden con algunas compras, los regalos por mi cumpleaños y los libros que he comprado y me han regalado en el Día del Libro:

  • Tienes que mirar, Anna Starobinets (Impedimenta, 2021). Ya os conté en la entrada que le dediqué qué me pareció esta historia tan dura. Una novedad que podéis encontrar en vuestras librerías.
  • Canción del ocaso, Lewis Grassic Gibbon (Trotalibros, 2021). El tercer libro que publica Jan supone el inicio de la trilogía escocesa. Un clásico muy bien valorado por los lectores escoceses del que, a decir verdad, no tengo referencias.
  • Ampliación en el campo de batalla, Michel Houellebecq (Compactos Anagrama, 2001). Del polémico escritor francés sólo he leído Las partículas elementales y ya tenía ganas de volver a leerle. Además me viene bien algún libro un poco más corto teniendo en cuenta mi fijación por los tochos.
  • La edad de la piel, Dubravka Ugresic (Impedimenta, 2021). Me ganó por la portada ya que la verdad, no tengo ninguna referencia de este libro. Lo de siempre: puede ser una total sorpresa o un soberano fiasco.
  • El hombre, un lobo para el hombre, Janusz Bardach (Libros del Asteroide, 2009). Hay varios temas recurrentes en mis lecturas y tanto la Segunda Guerra Mundial como la URSS son frecuentes. En este caso acompañamos al propio Bardach en su periplo por Kolimá.
  • Padres e hijos, Turguénev (Alba Clásica, 2015). Indispensable para las letras rusas que tengo muchas ganas de leer. Las ediciones de Alba Clásica son perfectas para acercarnos a este tipo de libros referentes como este.
  • A través de mis pequeños ojos, Emilio Ortiz (Duomo Ediciones, 2016). El típico libro que quizá a muchos de vosotros os sorprenderá encontrar aquí pero que me llamó la atención desde hace tiempo, seguramente influenciado por el poder y la ternura de Pelusa.
  • La analfabeta, Agota Kristof (Alpha Decay, 2005). Una relato autobiográfico muy corto de la autora del maravilloso Claus y Lucas. Un libro para leer en media tarde. En breve tenéis la reseña.
  • Bonsái y La vida privada de los árboles, Alejandro Zambra (Compactos de Anagrama, 2016). Tenía pendiente leer a Zambra desde hace tiempo pero no sabía bien por cuál de todos empezar. Este que os traigo es una recomendación de Juan Gómez Bárcena, que considera que es un buen título con el que empezar.
  • El fantasma y la señora Muir, R. A. Dick (Impedimenta, 2020). Una comedia romántica y fantasmagórica para rebajar el tono serio de alguno de sus nuevos acompañantes.
  • De noche bajo el puente de piedra, Leo Perutz (Libros del Asteroide, 2016). Recomendación de José Carlos Rodrigo, al que sigo tanto en Instagram como en el muy recomendable podcast Café de Mendel. Coincidimos bastante en los gustos, así que me ha apetecido probar con este autor nuevo para mí.

Y vosotros, ¿habéis leído alguno de los libros que os traigo? ¿Qué habéis comprado el Día del Libro?

Namaste.

Literatura

Feliz Día del Libro

¿23 de abril de nuevo? ¿Otra vez?

Parece que hace una vida, un mundo, del pasado 23 de abril, de aquél momento de incertidumbre en el que todos estábamos encerrados en casa temerosos de las noticias que nos llegaban del exterior. Y resulta que sí, que de nuevo es el Día del Libro. Que ya ha pasado un año, que en esta hilarante nueva normalidad a la que nos hemos acostumbrado demasiado fácilmente, llega la efeméride para recordarnos que esto no es lo que era.

Que nos olvidemos de agolparnos para ver o conseguir que nos firme nuestro autor favorito, que pasemos por nuestra librería pero sin amontonarnos, no vaya a ser; que sigamos comprando pero con distancia (porque para algunos lo importante siempre será comprar y no leer).

Porque, y hoy no sé por qué me ha dado por sacar mi vena hater, me niego. Me niego a aceptar que un brazo digital es lo mismo que la firma que nos deja el autor. Me niego a asumir que ya no habrá Feria del Libro de Madrid o que Barcelona no volverá a ver un Sant Jordi como el prepandémico.

Me planto.

Me niego a aceptar que todos esos famosos se presenten como escritores cuando una editorial planetaria decide que es buen momento para hacerles pasar por intelectuales. Me niego a seguirle la corriente a todos esos premios amañados y toda la pantomima que generan a su alrededor, eventos vacíos donde lo más interesante es el papel con el que lo adornan. Me niego a aceptar que ese autor de moda viene a revolucionar la literatura con la novela más importante del siglo, la historia que cambiará tu vida o cualquier otro lema que se le ocurra al equipo de márketing, que por supuesto, pagaría por no leer ese libro.

Que no cuenten conmigo.

Este año me pongo reivindicativa, porque leer es también aumentar nuestra capacidad crítica, no sólo de lo que nos cuentan sino de la realidad. Y como el tiempo es escaso y la cantidad de libros a disposición prácticamente infinita, desarrollar esa capacidad es fundamental para invertir nuestro tiempo en los libros que verdaderamente nos pueden llegar, en aquéllos que van a suponer, como dijo Kafka:

Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.

Cualquier otra cosa: leer siempre el mismo tipo de libros, o sólo a un autor, supone acomodarse, mantenerse en lo conocido y limitar nuestro espíritu crítico. Y lo que es peor: invertir ese tiempo en leer un libro que habremos olvidado en dos meses cuando podríamos haber estado leyendo un libro que nos llegue de verdad (lo digo por experiencia propia, es algo que me da mucha rabia).

Así que sigamos leyendo, siempre. Probemos a leer nuestros autores, otras corrientes, títulos alejados de lo que solemos leer, autores desconocidos, temáticas nuevas. Leamos también para cuestionarnos la realidad, para analizar lo que nos sucede desde otra óptica, para llegar a donde no habríamos llegado solos.

Esa es la literatura que se queda con nosotros, la que perdura, la que podamos describir dentro de muchos años afirmando ese libro me cambió.

Namaste.

Autor, Halfon, Literatura

Monasterio y Canción. Eduardo Halfon y su mundo

Por casualidad y sin haberlo programado, empecé 2020 igual que lo terminé: leyendo al guatemalteco Eduardo Halfon. El boxeador polaco fue el título que escogí como mi primer acercamiento al autor; el que no esperaba era leer en diciembre Monasterio.

El final del año me pilló sin reseñar Monasterio, como de vez en cuando me ocurre con algunos títulos que voy dejando en el tintero virtual. Lo tenía pendiente y más o menos en mente hasta que Libros del Asteroide edita en 2021 otra historia suya: Canción. Tampoco lo planifiqué pero acabé leyendo también esta última, colándolo frente a otros autores que llevan esperando en el estante mucho más tiempo que Halfon.

Finalmente he decidido juntar ambas historias en una entrada conjunta, quizá para acercaros un poco a los motivos de mi obsesión por el autor.

Monasterio comienza con la historia de dos jóvenes que esperan sus maletas en el aeropuerto de Tel Aviv. Acuden a la celebración de la boda de su hermana, que se casa con un judío ortodoxo.

Mi hermana y su novio anunciaron que, pese a ser un restaurante supuestamente kósher, no comerían nada en un lugar así, un así dicho con énfasis, en itálicas.

Página 37

Se dan cuenta de que su hermana no es la joven con la que comparten recuerdos sino una adulta prácticamente desconocida que ha cambiado todo su comportamiento para adaptarse a las creencias de su marido. Paralelamente, y como viene siendo habitual en el autor, el narrador nos cuenta otra historia: el encuentro fortuito con una joven con la que compartió momentos al otro lado del Atlántico.

Recuerdo (…) a un rabino que pregonaba todo el tiempo a favor del Boca Junior y en contra de los matrimonios mixtos, dejó embarazada a una guatemalteca católica con la que luego se casó (autogol, filosofó entonces mi abuelo).

Página 72

En este caso Monasterio se aleja un poco más de la historia de Halfon pero a fin de cuentas mezcla sus temas típicos: la búsqueda de una personalidad propia al margen de la familia, la cuestión religiosa y el sentimiento de la búsqueda de la identidad. También uno de los relatos de El boxeador polaco ahonda en las relaciones humanas amorosas propias del autor: encuentros pasionales pero huidizos y misteriosos, caminos que se bifurcan y se vuelven a juntar y plantean aquél mantra del qué pudo haber sido.

En cuanto a Canción, en este caso nos acerca a la historia del secuestro de su abuelo paterno, también Halfon, también Eduardo, que acaba siendo capturado por un tipo al que llaman Canción. Aquí los saltos espacio-temporales se alternan con la asistencia del Halfon escritor a un evento en Japón sobre autores del Líbano.

Escritor judío, sí. Escritor guatemalteco, claro. Escritor latinoamericano, por supuesto. Escritor centroamericano, cada vez menos. Escritor estadounidense, cada vez más. Escritor español, cuando ha sido preferible viajar con ese pasaporte. Escritor polaco, en una ocasión, en una librería de Barcelona que insistía -insiste- en ubicar mis libros en la estantería de literatura polaca. Escritor francés desde que viví un tiempo en París y algunos aún suponen que sigo allá. Todos esos disfraces los mantengo siempre a mano, bien planchados y colgados en el armario. Pero nunca me había invitado a participar en algo como escritor libanés.

Página 11

Paralelamente a su historia surrealista en el país nipón, Halfon nos acerca al momento del secuestro de su abuelo, los motivos de las reivindicaciones de los secuestradores y la historia posterior de Canción. En este sentido, como él mismo comentó en la presentación virtual que organizó José Luis (@icarobooks en Instagram), decidió partir ambas historias y presentarlas entrelazadas, en un trabajo de arquitectura fundamental para la estructura del libro.

La sensación perenne que tengo cuando leo a Halfon es la de entrar en un mundo donde todo es posible, donde aspectos que son normales para él resultan curiosos y extravagantes para los que venimos de familias sencillas y homogéneas (familias en las que todo el mundo tiene la misma lengua y todo el mundo proviene de la misma zona). Su rutina nos parece exótica, interesante, llenas de historias de las que queremos conocer más. Esto es: un abuelo polaco, superviviente de un campo de concentración nazi; otro abuelo que huyó de su Líbano natal (¡que entonces no era Líbano porque ni existía!); un tío que habla ladino nacido en Salónica (bivas, kreskas, engrandeskas, komo un peshiko en aguas freskas amén, decía cuando alguien estornudaba) gastronomía variada e internacional; recuerdos olfativos, táctiles, objetos de vidas que nacieron y crecieron en un ambiente y un mundo totalmente diferente a cualquier cosa que podamos haber vivido los demás. La atracción de aquello que desconocemos y encontramos diferente.

Tiene además una cosa que se agradece mucho en un mundo en el que algunos venden sus libros al peso: la brevedad. Halfon no tiene reparo en meter la tijera y recortar, en quitar partes del libro o en ir directamente al tema del asunto. Sus libros no tienen paja porque cualquier información adicional que no fuera de importancia haría perder fuerza a la historia.

Hace tiempo cuando me gustaba un autor me guardaba alguno de sus títulos para no acabar con toda su obra demasiado pronto. Ahora mi visión del asunto ha cambiado diametralmente y prefiero zambullirme en la buena literatura. En este caso, en el mundo de Halfon y en la manera que tiene de contarnos historias.

No sé si me habría topado con el autor por mí misma. Así desde aquí, reitero mi agradecimiento a David Pérez Vega por la recomendación y aprovecho para hacerlo extensible a José Luis /@icarobooks por organizar eventos tan interesantes y a Libros del Asteroide por publicar su obra.

FICHA:

Te gustará si te gustó El boxeador polaco, Eduardo Halfon.
Pros – Inteligente, certero. Demuestra calidad y originalidad.
– El mundo propio que crea Halfon.
Contras – Sus libros se acaban demasiado pronto.

Namaste.

Autor, Literatura, Peskov

Los viejos creyentes, Vasili Peskov

A nadie voy a sorprender admitiendo, a estas alturas de la película, que al igual que una bonita portada, una buena sinopsis puede hacerme comprar un libro. Este es el caso de este título que os traigo hoy.

Los viejos creyentes nos cuenta la historia de los Lykov, una familia de ermitaños que vivía en la taiga siberiana rusa siguiendo las mismas costumbres y usos de la época del zar. Peskov, periodista del Pravda, se encuentra con esta interesante historia y decide acercarse a conocerles personalmente. Nos irá contando, a modo de ensayo periodístico, cómo son y por qué viven de ese modo los miembros de tan peculiar familia, además de hacer un seguimiento de su vida según va ganándose su confianza y según van pasando los años.

Los Lykov, en el cisma en la iglesia ortodoxa del siglo XVII, eligen aislarse y vivir de forma autónoma, sin contacto con ciudades ni personas. Desde entonces la familia sobrevive a base de una dieta basada en patatas, rezando diez horas al día y rechazando casi cualquier cosa que le ofrecían los visitas (desde harina a una cerilla). Su modo de ver la vida se basa en seguir los fundamentos de su religión, interpretada muy estrictamente, lo cual les impide acercarse a cualquier tipo de modernidad por vieja que sea. Malviven en una cabaña, soportando temperaturas que llegan a los -20ºC.

Los viejos creyentes es una historia surrealista, irreal, que parece inventada. Imaginemos al grupo de geólogos que se encuentra con la familia por primera vez y va comentando la llegada al hombre a la Luna mientras los Lykov pregunta quién es el zar actualmente; o conocer que mientras el equipo le pedía instrucciones a su jefa, la familia se miraba extrañada y la respuesta de Agafia, la más joven de la familia, fue: ¡sé y leer y escribir!.

El problema de Los viejos creyentes es la descompensación: por un lado en la primera mitad todo lo que nos cuenta es nuevo. Hay muchas información sobre la zona geográfica en la que se encuentran, la historia de Rusia y el modo de curtir el material que utilizan para vestirse, por poner varios ejemplos. La redacción casi se convierte en un ensayo específico sobre ambos temas por lo que avanzar se hace arduo. Sin embargo, una vez narrado todo lo que hay que contar, esa información deja de ser novedosa e interesante, por lo que Peskov cae en la reiteración de aspectos, situaciones y detalles que ya había aportado antes. Esta situación es natural si pensamos que muchos de los capítulos finales se publicaron en forma de artículo en su periódico, como forma de actualizar la información de la familia para los lectores que les habían conocido hacía tiempo. Al ofrecerlo en forma de libro, la sensación permanente de la segunda mitad es que no nos está contando nada nuevo, y que lo único que nos puede aportar nueva información es conocer cómo se encuentran de salud o qué decisiones han ido tomando con el paso de los años.

En definitiva, merece la pena acercarse a la historia de los Lykov, pero el libro habría ganado mucho reduciendo los capítulos de la segunda mitad.

FICHA:

Te gustará si te gustó Operación Masacre, Rodolfo Walsh.
Pros – Historia sorprendente e interesante que parece de otro mundo.
Contras – Repetitiva. Habría ganado con menos páginas.

Namaste.

Autor, Kristof, Literatura

Claus y Lucas, Agota Kristof

Hace ya casi diez años (¿¡¡DIEZ!!?) leí esta novela. En el momento de terminarla, sabía que antes o después acabaría releyéndola: el tipo de texto, la temática y la historia invitaban a revisitarla. Lo tenía claro.

El momento se facilitó cuando Libros del Asteroide decide reeditarla. La compré enseguida y desde entonces lleva esperando una relectura que por fin, ha llegado.

Claus y Lucas narra la historia de dos gemelos que viven en una zona transfronteriza europea a mitad del siglo XX. La novela en realidad tiene tres partes, que se publicaron independientemente: El gran cuaderno (1986), La prueba (1988) y La tercera mentira (1992). Con posterioridad a su publicación se decide reunirlas en un mismo corpus al tener en común los protagonistas.

Muy diferentes en cuanto a estilo, la primera viene narrada en primera persona del plural, con la visión de un niño, sin descripciones y con capítulos cortos. En La prueba, sin embargo, el narrador es omnisciente, comienzan a aparecer más descripciones y hasta se incluye un informe final. En la última, el narrador está en primera persona pero en este caso del singular, con una visión más adulta de la situación.

Comparten todas la escasez de elementos temporales y espaciales: no se menciona el país, la ciudad ni el año, tampoco la guerra de la que son víctimas. Sabemos por dónde van los tiros, pero la sensación es que podría haber sido cualquier guerra, y es que el dolor, la muerte y la desolación de los civiles son comunes en todas.

Exactamente. Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida.

Página 334

Leer El gran cuaderno supone darse de bruces con una realidad tan cruel, fría y directa, que en muchas ocasiones tendremos que pararnos y releer las líneas. Porque no puede ser que nadie acometa una violencia tan grande en una línea. Pues sí, lo es. Seca, directa, sin paliativo ninguno.

La segunda parte, sin embargo, nos aporta algo de luz a la historia de estos peculiares gemelos. Se agradecen detalles que había omitido Kristof en las páginas anteriores, como la edad de los niños o su color de pelo, y ahonda en la temática común de las tres novelas: la mentira como denominador común y el dolor y la muerte, sus acompañantes.

No es sino al final cuando todo lo anterior va un paso más allá y las fronteras se empiezan a difuminar. La mentira que se ha desplegado es tan densa, tan grande que consigue confundirnos y dejar de limitar la diferencia entre Claus y Lucas. Ya no sabemos quién es quién, quién dijo qué ni cuál de los dos fue el que abandonó su país. La confusión llega a tal punto que uno ya no sabe qué ha leído ni de qué va el asunto.

Releer es siempre afrontar una lectura diferente de la última vez que se leyó el libro. Aunque sepas a grandes rasgos qué va a suceder tu recuerdo de lo que leíste nada tiene que ver con el presente y la nueva lectura. Como me suele suceder temía verme decepcionada y que el libro no fuera tan bueno como recordaba. Nada que ver. Me ha parecido igual de brutal e intenso que la primera vez, pero además me sorprendí al encontrar partes de las que no recordaba nada y a la vez, me he quitado la razón a mí misma. En la reseña que le dediqué hago hincapié en la importancia de las tres partes, pero ahora no lo veo tan claro: El gran cuaderno se come a las otras dos, en intensidad y dureza. Con esto no quiero quitarle importancia a las otras dos terceras partes, sino hacer hincapié en una descompensación entre ellas, que inevitablemente acaban siendo comparadas y donde la primera se eleva y la segunda queda por encima de la tercera.

Si además podéis, como yo, leerla conjuntamente, mejor que mejor. La lectura gana puntos al ir comentando y analizando cada avance. Por la forma que tiene Kristof da para ir desgranando detalles, para preguntar si se han visto venir determinadas cosas o qué piensa de un fragmento, se enriquece mucho la lectura de esta forma.

Claus y Lucas es una pedazo de novela. Uno de esos libros que no me cansaré de recomendar porque consigue todo a lo que la literatura debería aspirar: dejar huella en nuestra memoria. Kristof demuestra ser una virtuosa de las letras, hace lo que quiere cuando quiere. Y aunque sean desiguales lo que propone es interesante, inteligente y entretenido. Pura literatura.

FICHA:

Te gustará si te gustó Cárdeno adorno, Katharina Winkler.
Pros – Brutal, directa, dura. Kristof sabe lo que se hace y demuestra calidad.
– Perfecta para releer.
Contras – Desigualdad entre las tres partes. La primera apabulla.

Namaste.