Hoy es 23 de mayo y sonrío. 23 de mayo: eso significa que estoy de celebración. ¡Mi octavo aniversario en el blog! Ocho años de entradas, de lecturas, de comentarios. Ocho años hablando de libros, dando la murga con nuevos autores, repitiéndome hasta la saciedad que si tenéis que leer a Bolaño, que si qué hacéis si no habéis leído a Kafka, que si hacedme caso. Ocho años despellejando sin piedad libros que no me han gustado. Ocho años comprando libros, deseando nuevos libros, apuntando nuevos títulos en mi libreta.
Tras ocho años no puedo sino sentirme orgullosa por este espacio, por este pedacito de mí donde pongo por escrito mis sensaciones ante mi afición favorita: la literatura. Este blog es el resultado del proceso: que me siente a escribir, a mascar y reflexionar sobre lo que me ha sugerido un texto, rehacer y cortar, darle forma, revisar, dejar reposar. Entrada a entrada, reseña tras reseña, año tras año.
Parece mentira pero el tiempo pasa volando, y hoy 23 de mayo, celebro mi séptimo aniversario del blog.
Sucede en muchas ocasiones, que miras cuánto hace que no has leído un determinado autor y te sorprendes al saber que ha pasado bastante más tiempo del que pensabas. Igual ocurre en nuestro día a día cuando pensamos en viajes o en cuánto hace que no vemos a un amigo. Los días pasan y pasan y sólo cuando echamos la vista atrás nos cercioramos del inexorable paso del tiempo.
Con esto de tener un espacio en Internet nunca se sabe. Hubo momentos en los que pensé que no llegaría al siguiente cumpleblog y otros en los que si me lo hubieran dicho que llegaría a este punto no lo habría creído.
Sin embargo, como no quiere la cosa, pasito a pasito, nos hemos plantado en el séptimo aniversario.
Qué bonito es el número 7. Los siete días de la semana, los siete enanitos, los siete reinos de Poniente, los siete pecados capitales, los siete colores del arcoíris, las siete colinas de Roma, las siete vidas de los gatos, las siete notas musicales, las siete maravillas del mundo, los siete Horrocruxes de Voldemort, los siete libros que me voy a comprar para celebrarlo…
Pues sí. Ya van cinco. Nada más y nada menos. Un quinquenio. Un lustro.
Me sonrojo pensando en cómo eran las cosas hace cinco años. Un 23 de mayo de 2009, en plena época de exámenes, me encontraba en la sala de informática de mi residencia universitaria. Probablemente como un motivo más para perder el tiempo en lugar de estudiar, abrí un blog. Comencé algo que no sabía muy bien en qué consistía ni a qué me iba a llevar.
Entonces blogs había muchos. Cientos, miles. Así que el mío simplemente era uno más en el universo de los blogs. ¿En qué quedaría el mío? ¿Me aburriría de él pasados unos meses? ¿Lo dejaría morir? ¿Sería un pasatiempo temporal? No podía responder a eso.
Ahora… Ahora os escribo desde mi casa, con el mismo ordenador de hace 5 años que últimamente me trata de convencer de que le busque un sustituto, y hablando de un blog que ha sido algo más que un capricho momentáneo.
A fin de cuentas, gracias a la existencia del blog me han sucedido muchas cosas.
En primer lugar, leo más y mejor, con más análisis y crítica. Soy capaz de leer en otro idioma. También he aprendido a escribir mejor. A expresarme, a ser más concreta y analizar más, a especificar. A quién no le ha pasado que se ha leído con horror cuando revisa un comentario de una entrada de hace 4 años. Pero en fin, así son las cosas, y además de mejorar la escritura uno acaba colaborando en Libros y Literatura o en La biblioteca imaginaria, llega un momento en el que alguna librería o editorial responden a tus súplicas y te envían libros gratis. Te juntas con otra gente bien maja y organizas locuras de todo tipo: retos en los que hay que leer un libro enorme en 10 días o adentrarse en una Tierra de caimanespara acabar tomándote un Café Literario por Facebook.
Pero sin duda, lo mejor es conocer a gente que está al otro lado y que siempre aporta su opinión. Lectores que recomiendan, a los que preguntar, que configuran mi mapa de lecturas, que amplían mi lista de pendientes. Me siento menos sola. Soy una lectora más rica gracias a vosotros. Me equivoco menos por vuestras recomendaciones. Elijo mejor qué leer y qué comprar. He crecido como lectora. Gracias.
A fin de cuentas he continuado con un hobby que en su día no era más que una muy mínima parte de lo que es ahora. Antes tan sólo leía. Ahora esta afición se ha ramificado y se ha ampliado, llegando a otras facetas que creía ajenas a mi afición. Antes, para mí, la literatura era un acto solitario y unidireccional. Ahora mismo es mucho más rica, no solamente porque me relaciono con otras personas, sino porque soy más capaz de conocer qué me gusta y qué no, de analizar y comprender lo que leo.
¿Y hay algo malo? Sí. Los que se quedan en el camino. Los blogs que uno sigue pero que de un día para otro deciden cerrar. Los que dejan su blog estar. No daré nombres, pero hay muchos a los que echo de menos. Me da pena, porque forman parte de mis recuerdos de mi vida virtual.
Y es que, reconozcamoslo, la constancia es una amiga un poco puta. Porque al principio es muy fácil publicar y uno no se da cuenta, salen las publicaciones de dos en dos. Sin embargo, mantenerse publicando durante todas las semanas de un año no es tan fácil. Los días se quedan cortos. No tenemos tantas horas como pensábamos.
Pero el balance, obviamente, es positivo. Entre otras cosas porque paradójicamente, el motivo por el que empecé con este proyecto y el motivo por el que continúo con él no pueden ser más diferentes.
Mis motivos eran puramente egoístas: quería escribir y que me comentaran. Pero ahora escribo porque estoy esperando vuestros comentarios, en otras palabras, yo tengo muy claro qué es lo que me gusta y qué es lo que no. Lo que no sé es lo que vais a comentar, lo que os va a sugerir la lectura, qué me vais a comentar y cual va a ser esa conversación. Y eso es lo verdaderamente interesante.
A fin de cuentas si pasado mañana me metiera a WordPress y no viera ningún comentario, solamente esos visitantes fantasma en busca de resolverles algún trabajo del instituto, habría cerrado el blog. Sin vuestros comentarios y ocurrencias, sin los los correos electrónicos que recibo preguntándome recomendaciones no tendría sentido tener un blog. Me bastaría una carpeta de mi disco duro.
Y es que, el blog me abrió una ventana a un jardín del que no sabía nada. No sabía que al otro lado estaríais vosotros, mi familia bloguera, miembros de una vida virtual a la que me conecto desde mi ordenador. Personas a las que no conozco pero que forman parte de mi día a día. Que me alegran o me enfadan, que me sacan una sonrisa y un suspiro.
Sé que sería demasiado irreal desear otros cinco años más. Pero por de pronto, sigamos leyendo. Quién sabe lo que vendrá en la siguiente página.
Cuatro años. El período justo entre dos olimpiadas. Entre dos elecciones. Cuatro años. Se dice pronto.
Cuatro años de lecturas, cuatro años desde aquél día en el que presentaba este espacio. Y me acuerdo como si fuera ayer. Qué cosas.
Os contaré un secreto: cuando era pequeña, una vez leídos la mayor parte de los libros que había en mi casa, comencé a perderme más habitualmente por la biblioteca. No era una novedad, siempre la tuve presente. Sin embargo, las cosas cambiaron: al principio tenía una especie de guía, amigos, familiares y profesores comentaban o recomendaban un autor u otro, acorde a mis gustos y edad. Después, una vez leídos todos los que me habían comentado, me sentí perdida. Divagaba por las estanterías de la biblioteca deseando leer todos y ninguno, sin referencias, sin saber cuál escoger primero, sin un mapa que me indicara por dónde tenía que continuar. En la era pre-Internet las cosas funcionaban de otro modo. A aquéllos que estábamos al margen de las revistas literarias nos quedaba descubrir por nosotros mismos. Y así fui picando, escogiendo, autores que me daban más o menos rabia, títulos que me llamaban la atención, clásicos muy renombrados, pero sin tener la seguridad de que un libro me iba a gustar. No lo sabía, era imposible: ¿cómo distinguir un libro principal de uno accesorio? ¿Cómo descartar un autor o un título en concreto sin referencia ninguna? Lo dicho, imposible.
Y así, en esa época leí Drácula y Frankenstein, para dar el salto a la literatura policíaca y negra: empezando por Conan Doyle, continuando por Agatha Christie y acabando con Chandler, Thompson o Cain.
Y me quemé. Me cansé del mismo tipo de novela, de la similitud de las tramas. Así que comencé a recortar todas las recomendaciones de los periódicos del tipo “20 libros que hay que leer”, “50 libros recomendados de Europa”, “Autores indispensables de Latinoamérica”. Así que me interné en un nuevo universo variopinto, y cómo no, hubo de todo: cosas que me gustaron, cosas que no, autores que me quedaban grandes, autores que me dejaron con la boca abierta. Porque leer a Rulfo a los 28 es un acontecimiento, pero a los 17 es para tirar fuegos artificiales.
En fin. Después llegó esto: el universo literario de Internet. Y desde entonces no me siento perdida. Sé a quién tengo que preguntar qué, sé orientarme en este maremágnum que son las novedades literarias y los lectores desconocidos. Sé qué blog visitar si quiero leer ciencia ficción, o si quiero seguir leyendo a Stephen King. Sé dónde acudir cuando quiero volver a García Márquez, o cuando no sé qué leer de Banana Yoshimoto. Sé a quién recurrir cuando se trata de novela negra o de literatura juvenil. Sé de quién fiarme a pies juntillas, aunque no conozca ni el título ni el autor. Tengo referencias: sé por cuál empezar de un autor, cuál descartar. Sé a quién preguntar si se trata de novela inglesa o si estamos hablando de Vargas Llosa.
A fin de cuentas todos sois amigos. Amigos literarios, que al igual que cuando tenemos un amigo viajero le preguntamos dónde hospedarnos y qué visitar, a vosotros me dejo guiar. Porque ahora sí, tengo un mapa literario y sé donde me encuentro. Por fin puedo descartar un título o un autor, por fin puedo priorizar.
Así que es un halago recibir comentarios de amigos lectores que me escriben un correo, que comentan que empezaron su blog porque leyeron el mío, que les gusta lo que leen o que les he emocionado con mis palabras. Comentarios a las entradas, con su opinión y con nuevas recomendaciones, que me hacen tener más información en mi mapa. Quién me lo iba a decir cuándo comencé esta aventura.
Mientras tanto, sigue pasando el tiempo. Y qué mejor que hacerlo con un libro entre las manos.
El 23 de mayo de 2009 comenzaba esta andadura incierta que es tener un blog.
Y digo incierta porque cuando uno comienza una bitácora no sabe lo que pasará más allá de un par de semanas. Al final esto es como todo: pasada la novedad, ese impulso inicial de los primeros días, llega la rutina, el día a día, el lento discurrir que influye en cada uno de nuestras entradas.
De repente, el bloguero se encuentra con que no tiene tiempo suficiente, o que anda sin ideas, o que se le han pasado las ganas de postear. Llegados a este punto hay distintos caminos: algunos lo dejan, bien de forma radical (cerrando el blog), o bien dejan perecer su espacio sin las actualizaciones pertinentes.
A fin de cuentas, podemos pensar que uno sólo escribe por sí mismo, que no busca el reconocimiento de nadie… pero seamos sinceros, si no buscamos compartir lo que pensamos con otros, podríamos simplemente dejar nuestros escritos en una carpeta de nuestro ordenador.
La otra opción es continuar, seguir pensando que es muy interesante plasmar los pensamientos y opiniones en un post, ver los comentarios que se generan y anotar las sugerencias, parece como si las ideas de uno se ordenaran, como si las cosas estuvieran más claras, más nítidas. Además, a quién queremos engañar, es divertido despellejar un libro cuando no gusta.
Yo soy de este segundo tipo de blogueros. Soy consciente del decrecimiento en las actualizaciones, de los espacios entre post y post, de mi escaso número de comentarios en otros blogs en los que era frecuente que comentara, en mi poco tiempo para leer. Pero aún así, aquí sigo, poco a poco, entrada a entrada, encantada de teneros al otro lado de la pantalla.
Esta entrada no tiene más pretensión que ser una oda al magnífico placer que supone sentarse con un libro entre las manos y olvidarse de lo demás. Si como a mí, os gusta leer, no hará falta que os diga nada más. Así que hoy la mejor recomendación que puedo hacer es que apaguéis el ordenador y leáis un poco. Ya sea cien páginas, un capítulo o un párrafo. Porque un mal día se mejora leyendo. Porque leer es ganarle tiempo al tiempo.
El 29 de marzo recibo en mi bandeja de entrada del correo, que alguien ha comentado lo siguiente:
estás bien pendejo, quieres taranovelas, si es una gran novela, tu no has podido escribir una critica seria en una slíneas, kerouac loe scribió en alginas semanas, pobre pendejo que eres
La entrada a la que hace referencia es la reseña de En el camino, de Kerouac. (Sí, ese es el comentario original, sin modificar nada).
Lo cierto es que nada más leerlo pensé en borrarlo. Total, este blog es mi casa y a mi casa no me llaman para insultarme.
Pero después pensé que no, que quizá podía contestarle, o ignorarle. Y fijaos cómo son las cosas que al final lo que estoy haciendo es dedicarle un post. ¿No es otorgarle demasiada importancia? Quizá, pero hay días en los que uno aunque no se levante hostilizado le apetece dar caña. Le apetece poner a cada uno donde se merece.
Zack White, hoy te ha tocado a ti.
Entrar a criticar a un blog no está mal. Probablemente todos lo hayamos hecho alguna vez (yo, al menos sí). Sin embargo, hay que cumplir unas cuantas normas básicas. No son más que las que dicta el sentido común. Pero como veo que no abunda demasiado, las pongo por escrito:
1.- Respeta la ortografía y la gramática. No es una tontería. No se puede entrar en un blog literario dándoselas de culto sin poner ninguna tilde, mayúscula o sin revisar. Piensa que es el punto más fácil con el que te puedo atacar. Me lo dejas a huevo.
2.- Sé elegante. ¿Quieres insultarme? Me parece bien, pero piensa que puedes enmascararlo con un poco de sarcasmo o de ironía. Te hará parecer más interesante aunque no tengas ni puta idea de lo que estás hablando.
3.- Da argumentos. Si es una gran novela, dime por qué, qué le viste tú que yo no he sido capaz de ver, qué puntos fuertes tiene. En teoría es eso para lo que quieres aportar tu opinión: exponer tu visión de las cosas (en teoría).
4.- No hables coloquialmente. Quizá mi idioma no tenga nada que ver con el tuyo, puedo no entender qué leches significa “taranovela” aunque me lo imagine.
5.- No prejuzgues. Porque yo sí que lo voy a hacer. Ya sé que es lo fácil, pero entiéndeme: de ti sólo sé tu nombre, un correo que probablemente sea falso y tu comentario. Tú dispones de mucha más información, siempre que te preocupes por buscarla. Tienes a tu disposición libros que me encantaron, información sobre de qué hablo, los libros que compro… ¡incluso un apartado en el que especifico algunos datos personales! Así que mi prejuicio es el siguiente: eres un listillo con ínfulas de cultureta, de tener la verdad absoluta, intolerante y corto de ideas, que has leído tres o cuatro novelas y las ensalzas para que se vea que sabes de literatura. Te las das de conocimientos con tu grupo de amigos, aparentas, eres intolerante, simple y maleducado. Lo peor de todo es que, a pesar de ir de abanderado de la cultura no sabes escribir un comentario de tres líneas sin cometer 14 faltas de ortografía diferentes.
6.- (en relación con la 5). ¿Por qué me hablas en masculino? Soy mujer. LO PONE.
7.- Da ejemplo. Me acusas de no haber podido escribir una crítica seria en unas líneas, mientras que tú has publicado un comentario que da, como poco, vergüenza ajena. Haz lo propio. Queda muy mal eso de dar consejos y luego no cumplir con lo que se dice.
8.- Sé consecuente. Argumenta en condiciones. “kerouac loe scribió en alginas semanas” Ah, ¿Qué eso es mejor que estar varios meses en escribir un libro? ¿Por la rentabilidad o qué? Imagino que entonces estará encantado con todas esas novelas producidas en masa, cortadas y pegadas, similares unas de otras, escritas simplemente para que la editorial diga que es de Pepito Pérez (presentador de televisión), que escribe algún otro escritor en la sombra. Tendrás que estar encantado con las novelas que surgen de ideas fútiles, como las de una serie de televisión que se hace conocida. Este es tu mundo, majete. La de la producción en masa de libros como si se tratara de conservas de berberechos. Estás de enhorabuena.
9.- Utiliza sinónimos. No hace falta que me llames “pendejo” varias veces, por útil que sea la palabra. Fíjate en mi: ¡te he llamado de todo y todavía no te he dicho ni imbécil! (todo un récord para mi persona).
10.- Vuelve a leer las respuestas originadas a tu comentario. Mua-ha-ha.
Este post nació (cómo no) de una conversación en twitter a raíz del la visión distinta que tenemos de El palacio de la Luna de Paul Auster.
Comentaba Karo que se sentía tonta, que a todo el mundo le gustaba menos a ella (a mí con reparos, como ya pudisteis leer entonces).
A partir de ahí estuve dándole al magín. Porque lo que sentía Karo es común. ¿Quién no se ha sentido estúpido al aburrirse con un libro de un autor aclamado? ¿Quién no ha pensado que se ha perdido mucho en la lectura porque no hemos llegado a entender lo que vieron los demás? ¿Quién no ha dudado de su propio parecer? ¿Quién se ha callado alguna vez su opinión por miedo a quedar como un ignorante? Pues hoy es un buen día para salir del armario. Para confesarse a uno mismo y a los demás qué es lo que pasa realmente por la cabeza cuando terminamos un libro, sea el que sea.
¡Tampoco es para poner esa cara, padre!
Yo confieso que Pío Baroja me pareció un aburrimiento. Que terminé El árbol de la ciencia por terminarlo, que no vi la magia por ningún lado. Que ese señor me pareció un pesado.
Yo confieso que El guardián entre el centeno no me pareció merecedor de ningún elogio. Simplemente era una historia más. Sosa y llana. Y ya que estamos, confieso también que le dediqué una entrada en la que le ponía bastante bien. Pero confieso que tuvieron que ver dos cosas: la primera, que el autor acababa de morir. La segunda, que estaba convencida de que me había perdido algo que los demás sí vieron. Ahora eso ya no lo tengo tan claro. (Carne de relectura, lo sé).
Yo confieso que no llegué ni a la mitad del Ulises de Joyce. Y que muchas cosas no las entendí.
Yo confieso que me aburrí leyendo El conde de Montecristo. Pero que, cuando iba llegando al final maduró todo lo que había leído antes y vi la magnificencia de la obra.
Yo confieso que nunca me había planteado leer El Quijote hasta que me lo regalaron por mi cumpleaños. Ahora me lo planteo pero yo misma sé que no me apetece nada de nada.
Yo confieso que un día cogí En busca del tiempo perdido de Proust y no pasé de la primera página. Tuve miedo.
Yo confieso que me lo he pasado muy bien con las Crónicas Vampíricas de Anne Rice. Eso sí, hasta que a la mujer se le fue la olla y empezó a desvariar con Dios, los ángeles y los arcángeles.
Yo confieso que compré un libro de Paul Valéry pensando que El cementerio marino era una novela de miedo. Me sorprendió ya no sólo que no fuera de miedo, sino que además no era ni una novela.
Yo confieso que Punto omega, de Don Delillo y Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo me parecieron unas novelas raras de narices. Que cerré los libros y no sabía cómo narices iba a escribir una reseña de algo que seguramente no había entendido.
Yo confieso que La peste de Albert Camus me aburrió como una ostra. Aún no sé qué vieron los demás que yo no vi.
Hace unos días me topé con un post de un libro, en concreto Un mundo sin fin, de Ken Follet, que resumía lo que sucedía en sus páginas. En teoría, el post era una reseña, pero más que una opinión se trataba de un relato pormenorizado de lo que ocurría en la trama del libro. Vamos, lo que normalmente se incluye en la contraportada.
Desde ese momento he estado pensando en qué es una reseña, qué debe de contener y qué no. No sólo desde el punto de vista de cómo hago mis reseñas, sino también desde el punto de vista de visitar otros blogs: lo que distingue una reseña que me gusta de una que no.
En muchas ocasiones es más fácil decir lo contrario de lo que se busca. Y eso lo tengo bastante claro. Una reseña no es un resumen, ni simplificado ni pormenorizado. En una reseña se debe aportar la información justa para no destripar a los lectores que piensan leerla pero al mismo tiempo, dar la información necesaria para que el que no lo conozca se haga una idea de lo que se puede encontrar.
¿Qué es una reseña, entonces? A mi entender, una reseña es una crítica. Y como tal, tiene que contener la opinión del lector en determinados puntos clave: el estilo del autor, la creación de los personajes, el desarrollo del tema y cualquier otra cosa que considere interesante (describir diálogos, forma narrativa, comparativa con otros libros del propio autor.. etc).
Serán manías mías, pero lo que busco es saber si me recomiendan o no el libro. Si merece la pena leerlo y dedicarle un tiempo a saber qué tiene dentro. Esto significa que con una breve pincelada de la época en la que ocurre la trama y una breve mención del estilo del autor, ya me basta para decidir si lo quiero leer o si no. Precisamente por esto evito leer las contraportadas de los libros, las entrevistas a los escritores ANTES de leer su novela o todos esos programas en los que se desgrana en qué consiste un libro. Además de exceso de información genera altas expectativas que son difíciles de cumplir.
Cualquier información adicional hace que se pierda la gracia, que se sepa de antemano lo que va a ocurrir. A mi entender, esto debe evitarse en la medida de lo posible.
Y para vosotros, ¿qué ha de contener una reseña? ¿Qué no?
Durante todo este tiempo de ausencia, me han pasado (literariamente hablando) varias cosas.
La más sonada fue una de la que la mayoría de vosotros tuvo, seguramente, noticia por alguno de los compañeros reteros que publicaron su entrada correspondiente. Y es que sí, aunque no me dio tiempo a contároslo, iniciamos con mucha ilusión la lectura del segundo libro del reto 10×10. Sin embargo, los resultados dejaron mucho que desear. Se trataba de una novela demasiado densa como para leer a un ritmo de 80 páginas diarias, así que muy a nuestro pesar, convenimos con dejarlo, seguirlo o posponerlo para más adelante, lo que cada uno decidiera.
Yo fui de las que dudé mucho. Por un lado, sabía que a ese ritmo iba a ser imposible acabarla. Por otro, pesaban las ganas de acabar un libro que nos envió muy amablemente la editorial Ajec y por mi propia cabezonería: abandonar un libro debe de ser la última de las opciones.
Estuve varios días dándole vueltas, viendo el libro en mi mesilla, pero ese debe que comenté antes se hizo humo cuando comprendí que en este momento no sería capaz de continuar con él. Lo cual implica que no descarto leer en el futuro (de hecho he llegado a pensar en proponer una lectura conjunta a un ritmo más pausado con quien se quiera animar).
El tema de abandonar libros es uno de esos recurrentes en los blogs literarios. Hay personas categóricas en ambos extremos: los que nunca abandonan un libro y los que si les cansan lo dejan.
Yo era de las que no lo abandonaban, hasta que me di cuenta de que eso no le hace mucho bien ni al libro ni al lector. Hay libros que pueden resultar complejos en una época y geniales en otra: en muchas ocasiones es el momento en el que se lean, igual que la cantidad de tiempo que se tenga. Un libro largo puede resultar mortal si sólo disponemos de media hora al día para leer, pero perfecto para épocas en las que se tiene más tiempo.
Pero luego están los gustos, y ahí depende de cada uno. Pero eso ya lo sabéis, que para eso existen los blogs.
Yo por de pronto, me marcho a leer, para traeros más opiniones variopintas de algún que otro libro.
Hace un año me tocó hablar de mí misma. De los motivos por los que había iniciado esta andadura hacia quién sabe dónde que es tener un blog.
Hoy este espacio cumple dos años. Dos años… cómo pasa el tiempo.
Pero este año, no voy a hablar de mí, sino de vosotros, lectores, comentaristas, seguidores. Porque un blog es muchas cosas, pero no tendría sentido sin esta interacción que aporta tantas ideas, libros, autores y opiniones. Voy a hacer un repaso por todos los que estáis ahí.
Gracias:
A los que comentáis, que sois muchos. A los que lleváis desde el inicio (como Eva y Elwen) y a los que acabáis de llegar (como Halcombe o Cartafol)
A los que no comentáis, pero cuando me veis en persona me decís que no llevaba razón, o que la llevaba, y me recomendáis más libros.
A todos y cada uno de los que alguna vez me habéis prestado o regalado un libro. No hay mejor regalo que una aventura por descubrir, unos personajes a los que conocer y la mágica incertidumbre por desconocer lo que nos vamos a encontrar al sumergirnos en un libro.
A los que nunca comentan, por mucho que pinche a algunas personas para que lo hagáis… de algunos sé vuestra procedencia, que es muy variopinta: Cáceres, Guadalajara, Zaragoza, La Coruña, Madrid… pero también allende los mares: México, Argentina, Chile y muchos países que me quedo en el tintero.
Algunos de vosotros sé quienes sois: sé que insultasteis a vuestro hermano por llevaros un libro que no os gustó nada pero que estaba muy de moda, que me llamáis tu amiga la de los libros, o que leéis sólo el cuadro del final. Que coincidís conmigo o que vuestro padre talla cucharas de boj (perfectas para tomar el té).
A la mayoría de vosotros nunca os he visto frente a frente. A los que he visto me ha costado reconocerlos y con casi todos espero coincidir.
Muchos de vosotros me habéis recomendado libros (prácticamente todos). Por vuestra culpa he descubierto libros maravillosos, autores increíbles y momentos mágicos pegados a un libro.
Con algunos he mantenido muchas conversaciones en twitter, en messeger, por mail o por skype.
Otros me habéis vendido libros aunque no os saliera muy rentable la jugada.
A muchos de vosotros os gustan mis despellejes literarios, mis diatribas sin sentido o los análisis de la actualidad. ¡Algunos incluso habéis intentado que le de más importancia a una u a otra!
Varios de vosotros habéis alimentado mi ego al decirme que he leído mucho. Con otros me he comparado y me he dado cuenta de lo mucho que me falta por leer.
Unos pocos me han mareado con libros y autores que no recuerdan, me han usado como filtro y me han atacado la estantería en busca de los que había hablado bien.
A muchos de vosotros os he regalado al menos una vez un libro. Siempre pienso que me llamaréis pesada, pero de momento nadie se ha quejado.
Siempre quise poder compartir las lecturas y eso se ha materializado aquí. No sólo las pasadas sino las presentes, y en concreto me refiero a un club de lectura. Una experiencia magnífica que me hizo preguntarme cómo no lo habría hecho antes.
Con varios de vosotros he compartido un libro a tiempo real. Me encantó la idea y estoy deseando repetir. Y por si alguien no lo sabía, somos la leche.
A uno de vosotros lo conocí por facebook. Tu mensaje me halagó mucho. Después abriste un blog.
A uno de vosotros lo conocí por anobii. Entraste en el blog y te quedaste. Y yo encantada, claro.
Con uno de vosotros he coincidido en un par de presentaciones, y hacemos por seguir coincidiendo. Quizá la próxima vez sea la Feria del Libro, ¿no?
Uno de vosotros me ha dejado una huella profunda sobre lo poco que he leído de novela hispanoamericana. Y de ahí mis libros de Mario Vargas Llosa.
Uno de vosotros me enseñó una receta de un bizcocho buenísimo. Lo tengo apuntado para futuras mejoras.
Con uno de vosotros casi coincido cuando hice una visita al Paraíso. Pensándolo desde ahora, creo que no te habría reconocido.
Con varios de vuestros blogs me divierto mucho aunque comente poco. Con otros saco muchísimas ideas de obras y autores. Y con uno en concreto, ambas cosas.
Algunos de vosotros me dais una terrible envidia al ver las fantásticas entradas que os sacáis de la manga.
Que yo recuerde, uno de vosotros me prestó un libro malísimo (eso sí, avisando) y cuando encima colgué una encuesta preguntando qué libro leería a continuación hizo todas las trampas posibles para que saliera ese libro. Encima te pillé.
Uno de vosotros me ha diseñado todas las cosas chulas y/o que funcionan del blog: los marcapáginas, los banners, los iconos… y todo eso con infinita paciencia. ¡Y encima tengo mi propia taza personalizada!
Uno de vosotros me ha fabricado un ex-libris. Me he pasado un mes sellando todos y cada uno de los libros, diccionarios o cualquier encuadernación que tuviera tapas. ¿Alguien sabe si se queda pegado en la piel de un animal, digamos, gato común? 😉
Segundo aniversario
Si os habéis sentido identificados es porque formáis parte de este espacio y por ende, de mi vida virtual. Porque a pesar de que el mundo de Internet sea, a primera vista, impersonal, hemos creado los suficientes vínculos como para que me acuerde de vosotros en muy diversas ocasiones que no tienen relación con esta pantalla.