Por fin empiezo a saldar cuentas con alguno de los autores pendientes que tengo en mi lista. En concreto, me refiero al Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, al que incluí en mi propósito lector de 2013 tras leer La ciudad y los perros y Los jefes. Los cachorros.
Acercarse a la obra más aclamada de un autor no es fácil, y menos cuando el propio escritor nos deja su opinión en la contraportada:
Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, salvaría ésta.
Conversación en La Catedral es una novela compleja. Una historia que sitúa la trama en el Perú de la década de los cincuenta, una turbulenta época de represión y corrupción. Desde el primer momento se nos presentan los personajes, sin existir preludio ni introducción, y así conocemos a Santiago, el protagonista de la novela, al que encontramos mirando a su alrededor preguntándose qué pudo haber sido y qué es, no solamente en relación a su vida sino a la trayectoria de Perú. Así, se hace la siguiente pregunta en las primeras líneas de la novela:
¿En qué momento se había jodido el Perú?
Vargas Llosa aporta, además, sus marcas de la casa: los habituales saltos temporales o los personajes que vienen y van sin que, al menos al principio, tengamos claro quién es quién en este rompecabezas. Si bien es cierto que los capítulos
son cortos, lo cual nos deja respirar y coger aire.
Según vamos avanzando, sabemos que hay o hubo o habrá una revolución, que afectará de lleno a la amalgama de personajes, entre los que podemos encontrar desde empresarios hasta militares, pasando por jóvenes adolescentes.
Cuando le hemos cogido el ritmo de lectura, el varía su rumbo. En la segunda parte se da un salto temporal y los capítulos se recortan hasta lo básico, creando paradas cada media hoja. Si bien a priori uno podría pensar que se complica la lectura, ocurre precisamente lo contrario. Estos secundarios que antes aparecían mencionados ahora resultan ser los verdaderos protagonistas que nos muestran cómo han sido muchas partes de su vida. Así, las frecuentes paradas no hacen sino invitar a continuar leyendo.
En la tercera parte se desvelan, y se intuyen muchos de las dudas y secretos que se plantean en la primera mitad de la obra, pero no es hasta el final hasta que no conocemos el devenir de cada personaje.
Vargas Llosa destaca por su estilo, que combina a la perfección diálogos y descripciones, reflexiones personales y algunas ausencias de información claramente estudiadas a fin de que ir desentrañando la historia. Y es que, nada es lo que parece, hay que andarse con pies de plomo porque corremos el riesgo de perder información. Para muestra, os dejo una de las conversaciones que podemos encontrar en las primeras páginas de la novela. Ojo al dato.
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No quiere entrar en la Católica sino a San Marcos -dijo la señora Zoila. Eso lo tiene hecho una noche a Fermín.
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Yo lo haré entrar en razón, Zoila, tú no te metas- dijo don Fermín-. Está en la edad del pato, hay que saber llevarlo. Riñéndolo, se entercará más.
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Si en vez de consejos le dieras unos cocachos te haría caso-dijo la señora Zoila-. El que no sabe educarlo eres tú.
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Se casó con ese muchacho que iba a la casa -dice Santiago- Popeye Arévalo. El pecoso Arévalo.
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El flaco no se lleva bien con su viejo porque no tiene las mismas ideas -dijo Popeye.
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¿Y qué ideas tiene ese mocoso recién salido del cascarón? -se rió el senador-.
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Estudia, recíbete de abogado y podrás meter tu cuchara en política-dijo don Fermín- ¿De acuerdo, flaco?
Al empezar puede resultar complejo no sólo entender quién está hablando con quién y de qué, sino el momento temporal en el que se encuadra cada uno de ellos. Ahí radica gran parte de la gracia del libro. Aunque pueda parecer caótico, no es para nada complejo, ya que no hay demasiados personajes.
A fin de cuentas esta es una historia de personajes jodidos. Personas que pudieron ser felices, que tuvieron el mundo a sus pies, pero que de un modo u otro, ya sea por ambición, por amor o por orgullo, se tropezaron con él, convirtiéndose en uno más, o mejor, en uno peor: uno que tuvo las verdadera oportunidad de ser alguien, de hacer algo por sí mismo, de tener resuelta la vida. Alguien que, quizá, si hubiera sido menos ambicioso o más egoísta o más humilde, habría sido una persona feliz. Pero no pudo ser, y en lugar de eso nos encontramos con personajes dolidos, lamentados de su pasado, llenos de hipóteis: ¿qué habría pasado si yo…? ¿Cómo habría sido mi vida de no ser por…? ¿Dónde estaría ahora si entonces…? De nada sirve. De nada vale. Lo que cuenta no es aquél caramelo que todo el mundo anhelaba y sólo unos pocos alcanzaron, sino la triste cebolla, cruel recuerdo en comparación, de aquél pasado que prometía mucho más de lo que acabó ofreciendo.
Revisando mi reseña me doy cuenta de que no he dicho nada. No he contado la trama principal, no he resumido nada de la historia. Pero precisamente esa es la gracia, porque las novelas de Vargas Llosa se pueden resumir en tres líneas. Eso no es lo principal. Lo verdaderamente importante es cómo el autor utiliza sus métodos para meternos en una historia llena de melancolía y tristeza, de oro que reluce y de esperanzas vanas. Vargas Llosa no sólo sabe elegir cada palabra, sabe escoger cómo contar lo que desea en el momento exacto.
Y es que a resumidas cuentas, todo está conectado, y cuando llegamos al final, tras acompañar a Santiago durante 700 páginas, uno se da cuenta que no sólo está jodido el Perú. Pobre Zavalita.
FICHA:
Te gustará si te gustó |
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Pros |
- Los diálogos.
- Una historia muy compleja, pero hilada a la perfección.
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Contras |
- El principio puede desconcertar un poco.
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Reto 50 libros |
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Namaste.
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