¿23 de abril de nuevo? ¿Otra vez?
Parece que hace una vida, un mundo, del pasado 23 de abril, de aquél momento de incertidumbre en el que todos estábamos encerrados en casa temerosos de las noticias que nos llegaban del exterior. Y resulta que sí, que de nuevo es el Día del Libro. Que ya ha pasado un año, que en esta hilarante nueva normalidad a la que nos hemos acostumbrado demasiado fácilmente, llega la efeméride para recordarnos que esto no es lo que era.
Que nos olvidemos de agolparnos para ver o conseguir que nos firme nuestro autor favorito, que pasemos por nuestra librería pero sin amontonarnos, no vaya a ser; que sigamos comprando pero con distancia (porque para algunos lo importante siempre será comprar y no leer).
Porque, y hoy no sé por qué me ha dado por sacar mi vena hater, me niego. Me niego a aceptar que un brazo digital es lo mismo que la firma que nos deja el autor. Me niego a asumir que ya no habrá Feria del Libro de Madrid o que Barcelona no volverá a ver un Sant Jordi como el prepandémico.
Me planto.
Me niego a aceptar que todos esos famosos se presenten como escritores cuando una editorial planetaria decide que es buen momento para hacerles pasar por intelectuales. Me niego a seguirle la corriente a todos esos premios amañados y toda la pantomima que generan a su alrededor, eventos vacíos donde lo más interesante es el papel con el que lo adornan. Me niego a aceptar que ese autor de moda viene a revolucionar la literatura con la novela más importante del siglo, la historia que cambiará tu vida o cualquier otro lema que se le ocurra al equipo de márketing, que por supuesto, pagaría por no leer ese libro.
Que no cuenten conmigo.
Este año me pongo reivindicativa, porque leer es también aumentar nuestra capacidad crítica, no sólo de lo que nos cuentan sino de la realidad. Y como el tiempo es escaso y la cantidad de libros a disposición prácticamente infinita, desarrollar esa capacidad es fundamental para invertir nuestro tiempo en los libros que verdaderamente nos pueden llegar, en aquéllos que van a suponer, como dijo Kafka:
Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros.
Cualquier otra cosa: leer siempre el mismo tipo de libros, o sólo a un autor, supone acomodarse, mantenerse en lo conocido y limitar nuestro espíritu crítico. Y lo que es peor: invertir ese tiempo en leer un libro que habremos olvidado en dos meses cuando podríamos haber estado leyendo un libro que nos llegue de verdad (lo digo por experiencia propia, es algo que me da mucha rabia).
Así que sigamos leyendo, siempre. Probemos a leer nuestros autores, otras corrientes, títulos alejados de lo que solemos leer, autores desconocidos, temáticas nuevas. Leamos también para cuestionarnos la realidad, para analizar lo que nos sucede desde otra óptica, para llegar a donde no habríamos llegado solos.
Esa es la literatura que se queda con nosotros, la que perdura, la que podamos describir dentro de muchos años afirmando ese libro me cambió.
Namaste.