Autor, Eugenides, Literatura

La trama nupcial, Jeffrey Eugenides

Quería leer a Eugenides pero temía lo que me iba a encontrar. Mi percepción auguraba una flamante decepción, tras haber leído Middlesex, de la que poco más puedo añadir más que enlazaros la reseña y recomendárosla encarecidamente.

La-trama-nupcialAsí, aunque lo compré y lo mantenía a la vista para cuando lo necesitara, La trama nupcial se iba quedando en un segundo plano, hasta que a raíz de un viaje en la que no podía llevar los enormes libros que estoy leyendo, decidí empezar éste. Vale, no es muy corto pero al menos es una edición mucho más manejable.

En La trama nupcial tenemos tres personajes: Madeleine, la bella joven interesada por la literatura, Leonard, el galán con el que Madeleine empezará una relación, y Mitchell, el tercero en discordia.

Eugenides utiliza un narrador en tercera persona que no conoce todo de cada uno de ellos, sino que se mantiene al lado de cada personaje como testigo de lo que les va ocurriendo. Además, utiliza los cambios de capítulo para saltar de uno a otro, y los saltos temporales para mantener el interés del lector.

El personaje no deja de ser más que el motivo perfecto para ahondar en el tema que representan. Para Madeleine: el amor, los momentos de iniciación en la adolescencia y los novios que tuvo hasta llegar a la universidad. A partir de aquí, sus estudios y su interés por la novela victoriana. Sin embargo, llegados a un determinado momento, cuando el autor considera necesario, nos presenta a otro personaje, creado hilos entremezclados con objeto de ganar complejidad poco a poco. Así, en el momento en el que Madeleine conoce a Mitchell comenzaremos a ponernos en la piel de este peculiar chico, su relación con nuestra protagonista y sus pasos en la búsqueda espiritual. Al que conocemos más como presencia pero menos internamente (exactamente como todos los que le rodean, que tienen una imagen de él distorsionada de lo que es en realidad) es a Leonard, envidiado por Mitchell, amado por Madeleine, personaje muy bien creado y complejo, que gana en aristas según vamos leyendo.

A Madeleine no le había servido de gran cosa. (…) Como lectora no estaba interesada en la figura del lector (…), era absolutamente feliz con la idea del genio. Quería que un libro la llevara a lugares donde ella no podría llegar por sí misma. Pensaba que un escritor tenía que trabajar más para escribirlo que ella para leerlo. Cuando se trataba de letras y de literatura, Madeleine defendía una virtud que había caído en desgracia: la claridad.

Página 65

(INCISO QUE CONTIENE SPOILERS DE LA TRAMA: Por poner un ejemplo, al contarnos la ruptura entre Madeleine y Leonard, primero conocemos el punto de vista de ella, fragmentado y poco descriptivo, y nos quedamos exactamente como ella: sin comprender lo que realmente ha ocurrido. No es sino unos capítulos más tarde cuando, desde el punto de vista de Leonard conoceremos la otra parte de la historia, comprendiendo por fin qué ha sucedido).

Mi prejuicio se vio confrontado cuando empecé a leer la novela. Ayudó que tuviera bastante tiempo para leer y así puede avanzar rápido, conocer la vida de Maddie y encontrarme muchos brillos que encontré en la anterior novela que leí del autor. Pero después, empecé a pensar que a fin de cuentas estaba en lo cierto y que la novela se iba a empantanar cuando vi que hacia la mitad del libro los temas religiosos eran mayoría, y es que la búsqueda espiritual de respuestas por parte de Mitchell y parte de su viaje a la India se me hizo más pesada y aburrida. No sé si es porque este tipo de temas me aburren o bien que el autor se detiene demasiado en ellos.

Sonaba a algo que Santa Teresa -que lo escribió quinientos años atrás – había experimentado, algo tan real como el jardín que podía verse desde la ventana de su convento de Ávila. Uno puede distinguir la diferencia entre alguien que describe algo inventado y alguien que utiliza un lenguaje metafórico para describir una experiencia inefable, pero real.

(…)

Había libros que se abrían paso a través del ruido de la vida y te agarraban del cuello de la chaqueta y te hablaban sólo de las cosas que encerraban más verdad. Una confesión era un libro de ésos.

Página 270

Sin embargo, una vez que Mitchell regresa y cuando Eugenides vuelve a interesarse por Maddie y Leonard, la historia continua de forma potente, retrotrayéndose al pasado para acercarnos a los recuerdos de Leonard ahora que ya conocemos los de Madeleine.

Para cuando se perfilaba el final me temía que la historia acabara de una forma demasiado arquetípica, cayendo en los tópicos habituales de las historias de amor, en un buenismo justiciero en el que todo fuera de color de rosa. Por suerte, el reencuentro final de los tres personajes pone un broche perfecto a la historia, donde por fin se cerrará un círculo que comenzó en el campus universitario.

Eugenides es un escritor inteligente, que sabe medir lo que nos cuenta para conseguir golpes de efecto, que utiliza los saltos temporales en los momentos exactos para obtener tensión, misterio o resolución según prefiera crear una u otra en el lector. Lo hizo en Middlesex

Así que una vez superado mi prejuicio, sí, a por Las vírgenes suicidas.

FICHA:

Te gustará si te gustaron
Pros
  • La narración repartida entre los tres personajes.
  • El personaje de Leonard. Fragmentos y fragmentos marcados. Moli, me he acordado de ti.
Contras
  • El viaje de Mitchell se me ha hecho aburrido.

Namaste.

Autor, Eugenides, Literatura

Middlesex, Jeffrey Eugenides

En el IMM (25) os enseñé este ejemplar que compré dos años atrás a raíz de una recomendación de @gancedo. Desde entonces el libro reposaba en la estantería de libros futuribles, vamos, los libros entre los que escojo qué leer a continuación. Por unas o por otras fui relegándolo, hasta que esta primavera lo cogía de vez en cuando, tanteando sus páginas y buscándole mentalmente un hueco en mi agenda lectora.

Middlesex (1)Quizá mi aparente miedo a escoger Middlesex como lectura fuera su longitud (casi 700 páginas en la edición Compacta de Anagrama) o el premio que le acompaña: el Pulitzer. Es fácil sentirse abrumado por la fama de una novela, dudar sobre si a nosotros también nos gustará, o por el contrario, la encontraremos demasiado densa, demasiado compleja. ¿Y si no nos gusta?

Todas estas dudas desaparecieron un día, y así como a veces no encontramos el momento perfecto para empezar una lectura, un día veraniego me levanté y al mirarlo me dije que lo iba a leer en ese momento, cuando terminara el libro que llevaba a medias. Las dudas desaparecieron en favor de la curiosidad. Bien o mal, daba lo mismo. Lo iba a leer.

Middlesex cuenta la historia de una familia, los Stephanides, cuyo origen data de Grecia hasta emigrar a Detroit. Tres generaciones dan voz a esta historia, la primera de las cuales es Desdémona, la matriarca de una familia, la que lleva la voz cantante, las tradiciones, sus supersticiones, y la soledad y el dolor de ver cómo las llamas se ceban con su ciudad, Esmirna.

La idea de que Middlesex iba a ser una historia densa me acompañaba desde el primer momento. Pensé que con esta magnitud de páginas el inicio sería lento, habría una introducción que se demoraría capítulos y capítulos. La primera línea de la novela me hizo subir una ceja y quitarme los prejuicios de la mente:

Nací dos veces: fui niña primero, en un increíble día sin niebla tóxica de Detroit, en enero de 1960; y chico después, en una sala de urgencias cerca de Petoskey, Michigan, en agosto de 1974.

¿Cómo? ¿Chica y chico? ¿Qué tiene que ver esto con una familia? He aquí el quid de la cuestión. Cal, nacido Calíope, nieto de Desdémoda es narrador de parte de la historia. A través de los saltos temporales vamos recogiendo retazos de información: la historia de los abuelos y Esmirna y la vida de Cal, su actual situación. Página a página, capítulo a capítulo, sabremos más de los Stephanides, de Milton y Tessie, padres de Cal, hasta llegar al presente.

El truco de utilizar saltos temporales funciona. Si al inicio anima más la historia de Desdémona y nos gustaría leer más sobre ella, Eugenides se planta y saca a Cal a contar cómo le va en el trabajo. La narración cambia de tercera a primera persona para aportarnos su punto de vista regresando después al pasado.

Así como no existe introducción ni el comienzo se hace aburrido, el tono ameno y activo continúa durante el resto de la historia. Obviamente hay partes más lentas que otras (por la mitad, por ejemplo, o casi llegando al final). Pero lo que destaca es la plasticidad de la historia, llena de vericuetos en los que se incluyen desde aspectos referidos a la vida cotidiana (la forma de ganarse la vida, los problemas con el dinero, la búsqueda de una casa, descripciones del barrio…) hasta cuestiones enraizadas con el pasado (promesas incumplidas, recuerdos que regresan décadas después, el miedo a las consecuencias de determinados actos..). Todo ello se mezcla, se combina y se distribuye a lo largo de la historia para conformar una novela vastísima, muy interesante, amena e invasora.

Digo lo de invasora porque Middlesex se quiere hacer con nuestro tiempo y nuestro espacio. Invade los sueños y si le dejáis nos manipula para que continuemos leyendo, nos acompaña y nos impide hasta respirar. Es bonito que una historia haga que te falte el aliento. Algo que ocurre sólo de vez en cuando, quizá menos de lo que debería, así que cuando ese momento llega uno no puede hacer sino disfrutarlo, coger aire y seguir leyendo.

Middlesex es una de las mejores historias que he leído este 2015, una novela que hay que releer, porque son muchos los detalles que se escapan, una historia que se deja de tonterías y demuestra que no hace falta ser pretencioso para conseguir una trama bonita, unos personajes con los que uno se siente empático y a la vez demostrar que tiene calidad, porque Eugenides empaca la historia en un juego de muñecas rusas, saltos espacio-temporales y personajes cambiantes.

Se puede hacer bien y además se puede hacer bonito. No se puede pedir más.

FICHA:

Te gustará si te gustó
Pros
  • Historia amena, interesante, global y compleja.
  • Poca introducción. Eugenides demuestra que la calidad nada tiene que ver con lo pretencioso.
Contras
  • ¡Cómo no lo habré leído antes!

Namaste.