Autor, Literatura, Umbral

Mortal y rosa, Francisco Umbral

Años. Años llevaba este título en mi libreta de pendientes sin que me hubiera acercado jamás a pensar en leerlo. Por no tener ni siquiera lo tenía en físico hasta que lo compré en una visita a Tipos Infames, y por fin, quizá animada por su corta longitud, lo he colado entre lecturas.

Y vaya.

Primero, lo obvio: un prejuicio el creer conocer a Paco Umbral, ese personaje televisivo que aparecía de refilón en la pequeña pantalla. Segundo, el tema: la muerte de su hijo. Y para el final, este experimento que es este libro enigmático, diferente, triste y poético.

Porque Mortal y rosa, algo que yo desconocía, no es una historia de no ficción a lo La hora violeta de Sergio del Molino, ni habla particularmente del duelo, como lo hace Joan Didion con El año del pensamiento mágico, sino que mezcla extraña ficción y no ficción, de diferentes formas, desde el análisis filosófico, el dietario y lo inventado, osea, la mezcla habitual en la cabeza de una persona.

Quizá si hubiera sabido de qué iba el asunto no me habría sorprendido tanto, pero aunque conocía el tema, el modo de contarlo es de una forma tan apabullante, bonita y triste a la vez que no pude dejar de anotar fragmentos y fragmentos conforme iba leyendo:

Un hijo es la propia infancia recuperada, la pieza suelta del rompecabezas. Lo que no viví en mí lo vivo en él, lo que no recuerdo de mí es él. Él es el trozo que me faltaba de mi madre.

Página 145

Porque al final Umbral escribe, desde el dolor y la frustración de la enfermedad, mientras que continua tratando de entender algo, como método de conectar con un hijo que se le escapa entre los dedos, desde la rabia de los hospitales, con la tristeza de la enfermedad y con la rabia de que además sea un niño el enfermo con un fatídico final.

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman en la oscuridad.

Página 228

Este libro es un ejemplo clamoroso de efecto híbrido entre géneros que a la vez tiene un tono triste y bello en las descripciones, análisis y comentarios. Su propuesta es extraña, arriesgada, y a la vez puede generar rechazo, pero es un libro fascinante, apabullante, que te deja sin aliento desde el comienzo.

Puedo abrir un libro y encontrarme dentro de él, porque uno no es sino la señal de lector puesta entre las páginas de la novela de la propia vida.

Página 81

Como contras diré los más claros: es un tema duro que hay que escoger leer en el momento pertinente, y pierde fuerza en la segunda parte de la historia, pero claro, cómo voy a juzgar un libro por las últimas páginas cuando antes nos ha dejado fragmentos tan tan maravillosos y certeros como el siguiente:

Ojos que imaginan cuando leen, que ven lo que crean con su lectura, que ven incluso lo no visible y le dan precisión plástica a los conceptos, a los pensamientos leídos. Los ojos pastan en el libro y a veces, al cerrar el libro, los ojos se quedan dentro, como hojas frescas, y ando ciego por la vida, sin ojos, sin ver el mundo, porque los ojos siguen mirando lo que han leído, se han enterrado en letra impresa.

Página

Desde aquí, muchas gracias a los que me habéis recomendado este libro una y otra vez. Sin vuestra insistencia no lo habría leído, así que fuera los prejuicios y sigamos leyendo.

Yo he llegado ya donde tenía que llegar. No he llegado a ningún sitio, pero es suficiente.

Página 212

FICHA:

Te gustará si te gustó – Maravillosamente único.
Pros– La mezcla híbrida de temas dentro de ese estilo tan cuidado y maravilloso.
– Multitud de fragmentos destacados.
Contras– Es devastador, hay que medir el momento en el que se lee.

Namaste.

Autor, Kafka, Literatura

El proceso, Franz Kafka

Releer uno de los libros de tu vida es siempre una tarea arriesgada porque pone en entredicho la memoria, ese recuerdo que nos dejó un libro cuando éramos un lector diferente, una persona distinta.

Sin planearlo he leído en este 2024 dos de los libros que más guardo en mi corazoncito lector, Tiempo de silencio de Martín-Santos y este que os traigo hoy, El proceso de Franz Kafka (Nórdica, 2024). Me gustaría decir que no fue la efeméride de ambos la que me motivó a leerlos pero mentiría. Qué mejor hacerlo con una nueva edición para conmemorarlo.

El inicio de El proceso empieza así:

Alguien debía de haber hablado mal de Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, una mañana lo arrestaron.

Página 13

En una frase ya tenemos todos los elementos característicos de Kafka: un protagonista intercambiable al que se referirá como una inicial, una situación que cambia su rutina al comenzar un proceso contra que le obligará a personarse a un tribunal que no entiende,. El resto lo iremos descubriendo más adelante: un abogado al que desprecia, una situación judicial absurda, estúpida, que comienza con lo que parece un error, o lo que es peor, una broma.

Esto es la ley. ¿Dónde cabría un error?

Página 19

Y es que K. al principio piensa que se trata de una confusión, un error que añade un elemento discordante a su vida pero que podrá resolver enseguida, un malentendido, algo de fácil solución. No sabe lo equivocado que está, lo complicadas que se le pueden poner las cosas, cómo esa situación inicial se va a ir transformando, poco a poco, en un problema que se ramifica y que acabará afectando a cada aspecto de la vida del protagonista.

En general, el procedimiento no solo era secreto para el público, sino también para el acusado. Naturalmente solo en la medida en que esto fuera posible, pero era posible en muy gran medida.

Página 130

El estilo de Kafka es directo, concreto, hasta podríamos decir seco. No se detiene en explicar situaciones que vive K. porque el narrador omnisciente sabe lo mismo que el protagonista: solo lo que ve.

-Interpretas mal los hechos – dijo el sacerdote -. La sentencia no llega de repente, poco a poco el proceso va transformándose en sentencia.

Página 237

Eso es la clave en Kafka: esa desnudez del texto que engarza con la universalidad, con los sentimientos de frustración y parálisis que nos embargan al tratar con entes burocráticos. El proceso muestra un procedimiento reconocible en el cual pasamos las mismas etapas que el protagonista, desde la rabia e ira del inicio, al no poder creer que es lo que es necesario en esa situación, que se van diluyendo hasta transformarse en una aceptación calmada desembocando en una resignación final.

El proceso está por encima del individuo y eso él no lo puede cambiar.

No había nada de heroico en resistirse, en causar dificultades a aquellos señores, en intentar disfrutar ahora, defendiéndose, de la última luz de la vida.

Página 253

Además la sensación de soledad, incluso la redefinición de ésta, el individuo frente al sistema, el análisis de la existencia, ¿qué es uno frente a un sistema que atropella y apisona? ¿Cómo seguir en un mundo en el que cualquier decisión arbitraria puede marcar tu vida para siempre? ¿Quiénes somos frente a «ellos»?

El análisis existencialista, la duda de la lógica propia frente a un sistema organizado para hacer lo que un Ente Superior decide. No me digáis que no es actual.

De ahí el momento genial de transformación del apellido del autor al adjetivo. La transformación de todo lo anterior en una sola palabra. Dar un nuevo sentido a una mezcla de situaciones: lo kafkiano.

Lo miras alrededor y todo, si me apuras es kafkiano: tratar de conseguir hacer un trámite online para el que necesitas un número en papel que te da una persona en una ventanilla a la que se pide cita solo online…

He disfrutado y he sufrido de El proceso tanto como la primera vez, aunque sí, es una novela inacabada y eso implica que no es perfecta y que determinados capítulos se extienden y otros quedan a mitad. No es perfecta pero sí, sigue en mi corazoncito lector, y valga esta reseña, de nuevo, como la primera vez, para animarlos que la leáis. O la releáis, claro.

Namaste.