Hace poco me comentaba alguien que hablar de perros, al igual que hablar de niños, sólo se puede hacer con quien los tiene, con los que no se van a escandalizar porque han experimentado en carne propia qué significa tener un hijo o lo mucho que nos conoce nuestro perro.
A veces tengo la sensación de que lo mismo ocurre con Lanny Budd. Que solamente los que hemos disfrutado con la saga de Upton Sinclair sentimos esa fascinación por los libros, el deseo de seguir leyendo y las ganas de que más lectores se unan a nuestro Club. Sé que no soy la única, ya que Julie Salomon, del New York Times, ya comentaba lo siguiente:
Quería hablar con alguien sobre los libros de Lanny Budd. Mi familia había soportado pacientemente mi propensión a evocarlos en un sinfín de conversaciones. Pero cuando uno de mis hijos me frenó un día y me dijo: “Oh, no, ¡otra vez Lanny Budd no!”, decidí que tenía que encontrar a otros incondicionales de la serie.
Pero como ya avisé en la anterior entrada, yo he venido aquí a dar la murga. Y como tal, voy a cumplir mi parte.
Tras Entre dos mundos, dejamos a Lanny Budd momentos después de la caída de la bolsa de 1929, treintañero recién casado con una multimillonaria americana, parece que todo le sonríe. Parece. A fin de cuentas el ambiente en Europa está muy caldeado. Tanto, que está a punto de implosionar.
¡Qué milagrosa le había parecido entonces la vida (…), temblando de pura delicia mientras soñaba con un maravilloso futuro! Nada había salido según lo planeado, y ahora, reflexionando sobre la vida y los años trascurridos, pensaba en cuán pocas ocasiones esta nos daba lo que esperábamos de ella. Los más jóvenes avanzan inconscientes y reclaman a voz en grito lo que creen suyo, pero qué poca idea tienen acerca del dolor que les aguarda. El corazón sufre al descubrir tales verdades, incapaz de expresarlas de modo inteligible, y cada uno ha de seguir finalmente su propio camino y aprender a acusar los golpes que el destino le tiene preparados.
Página 102
Los dientes del dragón comienza de un modo feliz: nuestro querido Budd va a ser padre. El momento dulce y apacible de las primeras páginas se va resquebrajando según van llegando noticias de Alemania. Y precisamente por ese contraste el efecto es mayor. Sinclair usa como recurso la parsimonia para comenzar a contarnos algunas de las cosas que van ocurriendo en el continente: en Alemania, las luchas de poder dentro del partido nazi, hasta la quema del Reichstag. En Francia e Inglaterra, la opinión sobre la nueva situación en el país vecino, siempre desde los ojos de los intereses que tiene cada uno.
Éste es el punto fuerte de este libro: la historia novelizada de la situación que se vivió en la época, sin perder detalle, para que llegamos a comprender por qué Hitler llega al poder.
Y es que si nos paramos a pensar de lo que sabemos de esa momento, seguramente saltemos a los campos de concentración, al frente en sí, no a lo que ocurrió antes. Lo cual resulta doblemente interesante, porque Sinclair concede voz a cada uno de los afectados, y para ello utiliza, como ya hiciera en Entre dos mundos, a los secundarios: periodistas ingleses, soldados alemanes, oficiales del ejército, empresarios judíos; franceses y alemanes, ambos con muchas cosas en común. Y es que si hablamos de los años 30 tenemos que mencionar el Tratado de Versalles, mecha del resentimiento alemán, junto con otros ingredientes: la crisis económica, la inflación y la amenaza del avance bolchevique. Todos esos temas son mencionados por el autor de una forma u otra, tanto directa como indirectamente, y nos vamos acercando a ellos de formas variopintas. Así, podremos conocer cuál es la opinión de esa capa social en la que Budd se mueve, donde no faltan los yates y las fiestas privadas, y donde quizá los problemas parezcan significativamente más pequeños.
Lanny Budd también se había aventurado a subir a ese mismo escenario e interpretaba aceptablemente su papel de príncipe consorte y disfrutaba de él al cincuenta por ciento, mientras el otro cincuenta le obligaba a preguntarse: ¿cuántos de estos invitados podrían salir a bailar si supieran lo que realmente les espera dentro de diez años?
Página 262
Uno de los puntos fuertes de Los dientes del dragón es el poder que tiene el autor de trasmitir cada uno de los sentimientos, además de jugar con que tememos, o más bien conocemos, lo que va a ocurrir a continuación. Así, hacia la mitad del libro nos encoge el estómago con lo que ocurrirá, dando pocos pero importantes detalles, dejando pistas, o simplemente, dando voz a la historia, que no necesita adornos ni artificios.
Me temo que con estas palabras no me he acercado una milésima parte a la subyugación que he sentido al leer a Sinclair, a lo conectada que uno se siente con el destino de sus personajes, al temor de pasar la siguiente página, mientras sabemos que todo lo que nos está contando le ocurrió a personas de carne y hueso, mujeres y hombres que se vieron precipitados al vacío del extremismo más absurdo.
Cuando ya llevamos 600 páginas leídas pensamos que ya conocemos lo suficiente a Sinclair como para hacerse una idea de lo que viene. Craso error. Las 80 páginas restantes noquean, marean, nos hacen parar y reflexionar, aguantar las lágrimas y rumiar lo que vendrá a continuación. A continuación, pero no en este tomo. Sino en el siguiente. Haré lo excepcional para dejaros un fragmento de la última página, donde entendemos el por qué del título:
Lloraba por no haber podido hacer algo más, por no haber actuado antes. Lloraba, no solo por su amigo hundido y atormentado, por toda una familia sumida en la tristeza y el dolor; también por los judíos de Europa y por sus torturadores, no menos dignos de compasión. Eran lágrimas por todo un continente sumido en la desgracia, por el lugar que le había visto nacer y en el que había vivido casi toda su vida. A lo largo de los años había viajado de un lado a otro y en todas partes había visto cómo los hombres labraban la tierra y sembraban dientes de dragón, de cuyas semillas -según la antigua leyenda- un día brotarían hombres armados.
Página 681
Así que si realmente os fiáis de mí, o si sólo vais a escoger uno de los libros que menciono en todo este 2017, que sea éste. Para comprender, conocer, ampliar lo que sabemos, o simplemente, y parafraseando a Kafka, para romper el mar de hielo que llevamos dentro, ese que acompaña a este viejo continente, leed este libro.
No os lo había dicho, aunque supongo que no hace falta: el Club de Lanny Budd es como una secta: se entra pero jamás se sale. Aunque tampoco querréis salir, os lo garantizo.
Desde aquí, muchísimas gracias a los amigos de Hoja de Lata, por atreverse a publicar un libro como éste, y por darme a conocer esta saga. Nunca os lo agradeceré lo suficiente.
FICHA:
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Namaste.