En los albores del blog os hablé ya de esta novela imprescindible, un clásico del siglo XX de esos que hay que leer y releer.
Ya entonces, cuando llegué a la última página de la novela, sabía que no iba a ser la última vez que leyera La conjura de los necios. La excusa fue el Ignatius Day que se celebró el 9 de julio, una divertidísima celebración entorno a la novela de John Kennedy Toole.
Lo cierto es que esta excusa me permitió, además de leerlo, hacerme con un ejemplar de Compactos de Anagrama.
La sensación de leer un libro que ya conoces es siempre curiosa. Sabes lo que va a ocurrir, conoces a los personajes y hasta quizá te acuerdes de pasajes concretos, pero sin embargo, eres capaz de captar nuevos detalles que pasaron desapercibidos la primera vez.
Regresar a Reilly y compartir con él esos momentos quince años más tarde se hace raro. Nos reconocemos pero hace mucho que no sé nada de él. Sé por dónde va a venir Toole, qué giros de la trama se suceden, pero aún así no puedo evitar sorprenderme, reírme, encontrarlo más irónico, más inteligente, más complejo.
Por otro lado, me apena no haberlo leído en inglés. Porque las conversaciones con Jones se me hacen bastas, con ese slang castellanizado que no pega, que parece de plasta. Entiendo que el traductor no podía hacer más. La nota para mí misma es que la próxima vez lo leeré en la versión original.
Nueva Orleans es también la protagonista de una historia que parece simple pero que se va embrollando página tras página, una ciudad que encumbra a Reilly, y que le acompaña en su camino tratando de vencer a la Diosa Fortuna. El problema es que ella tiene otros planes e Ignatius deberá sortear los obstáculos que le obligan a salir de su cuarto para buscar trabajo. Una cruel rueda del destino que le aleja del estudio de Santo Tomás de Aquino y le obliga a confraternizar con sus congéneres.
Me habría gustado dejaros algún fragmento destacable, pero me he dado cuenta de que no soy capaz de traeros uno solo, y tampoco me gustaría desvelaros información de más a aquellos que no lo hayáis leído. Lo que sí que puedo aseguraros es que Ignatius es uno de esos personajes universales, que se quedan en la retina para siempre, que forman parte del imaginario colectivo. Él y sus circunstancias: su sable, sus perritos calientes y su gorra de cazador.
Recuerdo como si fuera ayer una frase que me espetó mi hermana cuando le dije que no había leído El proceso, de Kafka: ¿y puedes dormir bien por las noches? Es una frase que uso como mantra, y que me viene que ni pintada para cerrar esta entrada. Porque si no lo habéis leído, ya estáis tardando.
FICHA:
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