Un día abres el buzón y te encuentras un paquete de la Editorial Malpaso con este precioso ejemplar con páginas de bordes verdes.
Tras leer Los tres violines de Ruven Preuk, de Svenja Leiber decidí esperar para leerlo, quizá con la duda perenne de si me gustaría un libro del que no sabía nada, del que no tenía referencias. No conocía Margarita García Robayo. No sabía qué esperar de esta novela.
Lo que no aprendí es una novela aparentemente autobiográfica que aborda los recuerdos de una niña con once años de edad. El libro se divide en dos partes: en la primera la narradora nos traslada a aquéllos recuerdos y sensaciones, desde las discusiones con sus hermanos hasta las conversaciones con su padre. En la segunda parte la adulta en la que se ha convertido reflexiona sobre el pasado, recordando momentos y sensaciones.
Eso es lo que atrapa de la historia, el modo que tiene la autora para, utilizando un lenguaje sencillo pero cuidado, dejarnos enganchados a unos párrafos llenos de recuerdos y melancolía, de ternura al ponernos los zapatos de una niña que no comprende del todo su entorno pero al mismo tiempo con una sonrisa de empatía, al saber que nosotros estuvimos en una situación similar hace no tanto tiempo.
Dicen en la faja, citando a Edgardo Litvinoff, de La voz interior, que Margarita junta recuerdos como si fueran flores. Los huele. Los planta. Duelen. “Aprende”, le dicen. Pero ella no quiere aprender. Al leerlo la primera vez pensé que se trataría de otra exageración, de alguno u otro modo. A la hora de escribir esta reseña y volver a leer la cita me doy cuenta de que no puede estar más acertado. Que García Robayo escoge los adjetivos con mimo, nos trasporta hasta conseguir que veamos a través de los ojos de Catalina, que consigue que nuestros dedos toquen su realidad, que nos conecta con el niño que fuimos a través de una novela que se nos hace corta.
Si Lo que no aprendí fuera un olor sería el olor de las tormentas de verano, el olor de los zapatos nuevos, de las ganas de saltar sobre los charcos de al lado del camino, pero también de la decepción al ver cómo el juguete favorito se ha roto. Lo que no aprendí es una historia que resume la infancia en menos de doscientas páginas.
Una historia que me ha gustado mucho y me reconcilia con las novedades.
Gracias, amigos de Malpaso. Lo que no aprendí ha sido todo un descubrimiento.
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Namaste.