La muerte del adversario se podría calificar como una mezcla de dos géneros: la novela, puesto que los actos que nos cuenta son ficticios, y el ensayo, ya que intercala la trama con una gran cantidad de argumentación respecto a un tema en concreto.

Encuadrada en un época sin determinar, sin dar nombres, pero claramente identificable, en la que existen dos grupos de enemigos, Keilson parte de esta base con el objeto de argumentar, utilizando a uno de los personajes como vórtice central de la visión del enfrentamiento y la opresión de un Estado totalitario, además de la exclusión de un grupo social.
El libro navega entre un maremágnum de argumentos y reflexiones, pero además aporta el anecdotario de lo pequeño, de cómo se hace patente ese odio en los actos diarios, como la expulsión de un niño de un juego infantil o el prejuicio que se refleja en los ojos de las personas.
Tras mantener durante una gran parte del libro un tono estable que combina los dos aspectos ya mencionados, llega un momento, allá cuando estamos acostumbrados al estilo del autor, en el que Keilson nos sorprende incluyendo un desgarrador capítulo lleno de crueldad que ejemplifica la teoría de la que nos ilustraba con anterioridad.
Este quiebro sorprende al lector en la medida en que lleva leyendo 250 páginas de un libro, uno más racional, más cabal, aunque lo que se estuviera tratando de un tema tan complejo como es el odio y la enemistad que conlleva. Es curioso, porque mientras que el estilo del autor es aséptico y racional, lo cual consigue evitar los juicios de valor sobre el tema que está tratando, en el giro inesperado abandona cualquier atisbo de racionalidad y encara la escena desde la mayor de las crueldades. Para ello no necesita ahondar en los detalles, sino simplemente aportar pinceladas que ya se encargará la mente del lector de rellenar, lo cual consigue precisamente el efecto que buscaba: que el lector arrugue la cara, que aparte la mirada de las líneas, a las que indefectiblemente, se encuentra unido y atrapado por el hilo que ha lanzado el escritor.
En definitiva, un libro peculiar, que requiere su tiempo puesto que hay que aportarle toda nuestra atención y concentración. Para pensar y reflexionar, que sugiere mucho más de lo que cuenta.
Me quedo con un ejemplar lleno de notas en las que destacan montones de fragmentos.
La decisión de ir descubriéndolos la dejo en aquél que lee estas letras. Pero yo que tú no me lo pensaba: cómpralo.
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Namaste.