
Tras un tiempo de decepciones con varios libros, decidí ir a lo seguro. En una conversación con Bartleby surgió la idea de leer un libro a la par. Este libro es el resultado de su propuesta.
En El castillo, K. es contratado como agrimensor en un término municipal. Como tal, se traslada al pueblo, donde es recibido con cierta desconfianza.
A partir de aquí, el autor desarrolla su universo al que nos tiene acostumbrados, desplegando su narrativa y creando en el lector un desasosiego permanente generado por diversas causas, de las que destacan:
- Situaciones oníricas, como la que recrea el siguiente fragmento:
“¿Quiénes sois vosotros?”, preguntó paseando la mirada de uno a otro. “Vuestros ayudantes”, le contestaron. “Son los ayudantes, confirmó en voz baja el mesonero”: “¿Cómo?”, preguntó K. “¿Sois mis viejos ayudantes que he hecho venir?, ¿los que espero?”. A lo cual ellos asintieron. “Eso está bien”, dijo K., luego de unos instantes; “es bueno que hayáis venido.” “A propósito”, dijo K. Al cabo de otro rato, “os habéis atrasado muchos, sois muy negligentes”. “Fue un largo viaje”, respondió uno de ellos. “Un largo viaje”, repitió K., “pero yo os encontré cuando veníais del castillo”. “Sí”, respondieron, sin más explicaciones. “¿Dónde tenéis los aparatos?”, preguntó K. “No tenemos aparatos”, dijeron. “Los aparatos que os he confiado”, dijo K. “No tenemos aparatos”, repitieron. “¡Ay, qué gente sois!”, dijo K. “¿Entendéis algo de agrimensura?” “No”, dijeron. “Pero si sois mis viejos ayudantes, tenéis que entender de eso”, dijo K. Ellos se quedaron callados.
- La lucha (inútil) contra la burocracia y la Administración (cómo no sentirse identificado, ¡si es igual que darse golpes contra una pared!):
“¿Y para qué un protocolo? ¿Acaso se trata de un acto oficial?” “No”, dijo el maestro, “se trata de un acto semioficial, y también el protocolo es tan sólo semioficial; y únicamente se hizo porque aquí impera un orden riguroso en todas las cosas. De todas maneras, el protocolo ahora existe y no diremos que para su honra.
- La reticencia del pueblo para con K.:
K. seguió parado; pocas ganas tenía de levantar el pie para volver a hundirlo en la nieve un trechito más allá; el curtidor y su compañero, contentos de haber desalojado a K. Definitivamente, se deslizaron muy despacio en la casa, por la puerta tan sólo entornada, volviendo repetidas veces la mirada hacia K., y K. Se quedó solo en medio de la nieve que lo envolvía. “Ocasión sería ésta para una ligera desesperación”, se le ocurrió, “si sólo casualmente, y no intencionadamente, estuviera yo aquí parado”.
Sin embargo, hay varios puntos negativos en esta novela: las páginas del final, que parece que no llevan a ningún sitio (consecuencia de ser un libro inacabado) además de algunas situaciones que parecen repetitivas a lo largo de la novela.
En cualquier caso, es un libro de Kafka, y aunque menos que El proceso, me ha gustado. Porque pocos autores hacen que sienta esa opresión en el pecho, esa rabia hacia el sistema o esa compasión hacia el protagonista que afloran en mí cada vez que leo un texto de Kafka. Es único. ¡Gracias, Max Brod!
FICHA:
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