Si 2016 fuera un libro, sería este. Apareció en el panorama literario de la mano de un título raro y de una autora desconocida. Se convirtió en un éxito de ventas desde su publicación en Estados Unidos y continuó haciéndolo en cada uno de los países donde aterrizaba. Todas las librerías lo tenían en sus escaparates, todas las columnas literarias lo recomendaban, todos los blogueros lo reseñaban (por ejemplo, la de Molinos).
Como ya conté en su momento, llegué a la Feria del Libro dudando sobre si comprar este título. No sabía si se trataba de otra estrategia publicitaria que hacen que después me tire de los pelos por haberme gastado el dinero en él. Después Jon Bilbao lo recomendó y me terminó de convencer.
Lo compré. Lo dejé en el estante pero sabía que tenía que leerlo cuanto antes.
La vida de Berlin da para escribir varios libros. Infancia en Idaho pasando por Montana para acabar viviendo en México y en Chile. Tres matrimonios fallidos, cuatro hijos. Alcoholismo y trabajos de todo tipo para salir adelante.
Ésta es la primera vez que se presentan los relatos de Berlin en un mismo tomo y en castellano.
Sus relatos, muchos de ellos basados en su propia experiencia, disponen de varios elementos que los diferencian: una dosis grande de dolor y melancolía, una descarga eléctrica por el modo de ordenar las palabras, un poso de tristeza que nos mantiene pegados desde la primera página.
Aunque sea difícil de explicar, justo eso he sentido a la hora de leer este libro. Sobre todo los primeros relatos, cuando aún no le has cogido la medida, me sorprendía a mí misma cerrando el libro con la boca abierta pensando: ¿quién es esta señora y qué está haciendo conmigo? La sensación de sentirse adicta a su estilo, de necesitar más, de convertirse en una zombie durante las horas que no estaba leyendo el libro. Berlin consigue que amemos y odiemos esa sustancia a la que nos hemos enganchado por su culpa, porque al igual que las drogas duras, también duele.
¿Qué más me he perdido? ¿Cuántas veces en mi vida he estado, digámoslo así, en el porche de atrás y no en el de delante? ¿Qué me habrán dicho que no alcancé a escuchar? ¿Qué amor pudo haberse dado que no sentí?
Son preguntas inútiles. La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un estremecimiento y sollozo final consiga volver a cerrar la pesada puerta. Y recoja los pedazos una vez más.
Página 414
Empezar este libro significa obnubilarse desde la primera página, sentir una descarga de sentimientos y crueldad seguida de un parón hasta que notamos cómo desgarra la carne. Después nos vamos acostumbrando hasta llegar a ese punto que tienen los buenos libros: la sensación de pena al ver que se termina.
En casa, papá te leía hasta que te quedabas dormida. Si una historia te gustaba de verdad, llorabas; no de tristeza, sino porque te parecía demasiado bonita, en contraste con lo escabroso que era todo lo demás en este mundo.
Página 270
Efectivamente, como decían muchos, este libro es uno de los mejores que he leído este año y con diferencia. No puedo sino agradecer a todos y cada uno de los que la habéis recomendado.
Hacedme caso: leedlo, regaladlo esta Navidades. Y ya que estáis, haceros con una buena cantidad de post-it. Los vais a necesitar.
FICHA:
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Namaste.