Tengo que reconocer que yo, ignorante de mí, no conocía a Cartarescu, uno de los referentes de la literatura rumana. (Diana, no me mates). Sin embargo captó mi atención cuando lo comparaban con autores como Kundera, Borges y Cortázar.
Procuré abstraerme de el resumen para que me pillara más por sorpresa. Y vaya si lo consiguió.
El ruletista es un cuento de apenas sesenta páginas que tiene como protagonista a hombre aficionado a la ruleta. Eso se presupone, pensaréis, sí. Pero no a cualquier clase de ruleta, sino a la ruleta rusa.
Tras mi desconcierto inicial, me aventuré en una historia en la que el narrador nos cuenta sobre su amigo de la juventud, cómo llega al juego y qué hace en él.
Pero el verdadero protagonista es el autor, que consigue que el lector sienta en sus propias carnes el nerviosismo, la conciencia de que uno se está jugando la vida. Y lo hace con una forma de describir que nos traslada al lugar y a la hora del juego, la tensión del momento y la expectación de los asistentes. Así, va embriagándonos en una historia donde da importancia a los detalles, hasta el punto de que parece que el lector es capaz de oler, de verse a sí mismo presenciando el espectáculo. ¡Un espectáculo cruel y absurdo!
Bueno, pues yo estuve allí. Yo viajé con Cartarescu a un lugar que nunca había imaginado, a un ambiente extraño y tenso. Así que tengo que quitarle la razón al narrador cuando se lamenta diciendo que:
Querrías sacudir el corazón de lector pero, ¿qué hace él? A las tres terminas tu libro y a las cuatro empiezas con otro, por muy bueno que sea el libro que tú hayas depositado en sus manos.
Es cierto que he terminado el libro. Pero no siempre se puede decir que mereció la pena el viaje, que el lector notó el revólver apuntando a su cabeza.
FICHA:
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Namaste.
P.D. ¡Por fin! ¡De una vez me libré de la cadena de despellejes!