De vez en cuando leía en alguna crítica u opinión que había determinados libros que envejecían mal. Aunque entendía a lo que se refería nunca me había topado con ninguno del que yo pudiera decir esa frase. ¿Qué ha de tener un libro para que envejezca mal?
K.L. Reich es la historia de los republicanos españoles recluidos en un campo de concentración alemán. Su situación, al abandonar España, acceder a Francia y luchar contra Alemania en la Segunda Guerra Mundial y su posterior captura para acabar en un campo junto con judíos, homosexuales y gitanos.
De este modo, se narra el día a día en el campo, su trabajo y vida diaria y además, su organización para tratar de comunicarse con el Partido Comunista o al menos tratar de conseguir mejores condiciones para los españoles.
Simplemente con esta descripción ya sabéis los sufrimientos y penalidades que sufrieron; las humillaciones, el hambre y el dolor, la violencia y la desesperación. Precisamente porque el lector del siglo XXI este tema ha sido recurrente en múltiples formatos y de forma apabullante en cómics (Maus, de Art Spielgeman) autobiografías (El diario de Anna Frank), novelas (Una oración por Kateřina Horovitzová, Arnošt Lustig), íntimas y tiernas películas (La vida es bella, La lista de Schlinder, El pianista), miniseries (Hermanos de sangre), para el gran público (El niño con el pijama de rayas, John Boyne), en fin, que sea cual sea el medio por el que se quiera llegar a trasmitir la barbarie nazi ya se ha hecho.
Así que K.L. Reich es un libro que ha envejecido mal, dado que queda circunscrita al momento en el que se escribió y a la época en la que se publicó, cuando era una historia única: hasta ese momento un soldado republicano nunca había sido el centro de la historia. Tiene mérito, por supuesto, tiene su valoración personal y brutal: la de un español que pasó por la barbarie y lo quiso contar a través de un libro. Pero visto con los ojos de un lector de hoy en día, la historia está plagada de descripciones que se antojan innecesarias (descripción de barracones, la situación del campo, el régimen de trabajo y de comida… etc), resultando repetitivo y descriptivo en exceso, por el poco diálogo que se incluye y el excesivo detenimiento en la organización política del campo.
Además, también incluye un alto contenido político en cuanto al Partido Comunista. Como tampoco es un tema que atraiga o directamente me aburre, me entorpecía la lectura.
Lo que para los lectores de hace cuarenta años era necesario, a día de hoy parece arcaico, al igual que si alguien viniera a explicarnos qué es Internet. Entendemos que antes se tuviera que explicar muchas cosas. Pero ahora ya no.
Parece además que en el prólogo de Martínez de Pisón nos avisara por anticipado, advirtiéndonos que hay que valorar la obra justamente y no con los ojos de un lector de este siglo. Pero qué queréis que os diga, yo soy una lectora actual, con una edad y unos gustos que no puede desglosarse a sí misma para leer una historia. Entiendo a lo que se refiere Martínez de Pisón, y como he dicho más arriba, valoro la situación concreta del libro en su momento de publicación, pero hasta ahí.
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