No quería pasar esta fecha sin publicar, sobre todo teniendo en cuenta mi ausencia de la semana pasada. Sigo leyendo, tengo muchas (quizá demasiadas) reseñas pendientes, lo que me falta es el tiempo necesario para sentarme y plasmar mi opinión. En cualquier caso, y como viene siendo habitual, en esta semana procuraré enseñaros el balance de lo que ha dado de sí el 2012, en relación a mejores y peores lecturas. Pero eso tendrá que esperar, porque hoy os traigo una reseña de un libro que me ha gustado mucho.
Todos los que me conocen saben que me atrae sobremanera la época de la Segunda Guerra Mundial. Ese momento

histórico en el que varios de los líderes más extremistas, sanguinarios y fanáticos coincidieron en el mismo momento. Distintos países, opuestas ideologías. La misma barbarie.
Mucho se ha escrito sobre el Holocausto, sobre los campos de concentración nazis, sobre las sistemáticas matanzas cometidas por los fánaticos de Hitler. Incluso un ciudadano medio podría mencionar al menos un par de ellos de esos campos. ¿Y qué pasa con los rusos? ¿Alguien puede mencionar alguno de ellos? ¿O acaso no existieron?
Aquí entra la historia Un mundo aparte, un desesperado relato de un preso en un campo de trabajo soviético situado en Polonia. Herling-Grudzinski nos cuenta su historia: la de una persona acusada de espionaje al ser interceptado en la frontera lituana. A partir de ahí comienzan dos años y medio de hambruna, frío y desesperanza en un campo de trabajo sádico y cruel. En su paso por el campo de trabajo el autor se encuentra con múltiples prisioneros de distintas procedencias y enviados allí por motivos variados: desde tener un antepasado aristócrata, hasta quejarse de la escasez de alimentos que afectaba a gran parte del país.
Herling-Grundzinski nos narra el día a día de la vida de los prisioneros: la jornada laboral de 12 horas ininterrumpidas, la escasez de comida (apenas una sopa y trozos de pan duro), la enfermedad, la desesperanza, la incomunicación con los seres queridos. Y por encima de todo, la incertidumbre. ¿Cuánto iba a durar la espera? ¿Saldrían del campo alguna vez o morirían como todos aquéllos compañeros que no tuvieron tanta suerte?
En julio de 1941, dos semanas después del estallido de la guerra ruso-alemana, fui testigo de cómo un viejo ferroviario de Kiev, Ponomárenko, que había pasado por todos los campos soviéticos imaginables y que era el único de nosotros que hablaba de su inminente puesta en libertad sin sombra de duda en la voz, fue convocado en la administración del recinto el último día de su condena, donde le comunicaron que se la habían prolongado “indefinidamente”. Cuando volvimos del trabajo ya estaba muerto; murió en el barracón de un infarto.
Personalmente me aterra que esta narración sea cierta. Pero lo peor es lo desconocido, y aún más, la negación. Cuando, tras publicar la historia en su lengua original, se intentó publicar en Francia, ninguna de las editoriales tuvo el valor de publicarlo, achacándolo a su falsedad y negando la existencia de dichos campos de concentración, probablemente argumentando que Stalin no era de la misma calaña que Hitler, lo mismo que después se alegó con Mao Zedong. 30 años después por fin pudo publicarse en Francia.
Pienso con pavor y profunda vergüenza en aquella Europa dividida en dos por el río Bug: en uno de sus lados, millones de esclavos soviéticos rezaban por que los liberaran los ejércitos hitlerianos; en el otro, los millones de víctimas de los campos de concentración alemanes aún con vida ponían sus últimas esperanzas en el Ejército Rojo.
Un libro que me parece indispensable para entender un poco más los acontecimientos de mediados del siglo XX. Un relato escalofriante y horroroso de las penurias cometidas por los soviéticos. Nos hace reflexionar y pensar, y al mismo tiempo revuelve el estómago y nos hace dudar de la Humanidad misma. No me queda otra más que agradecer a Libros del Asteroide la publicación de esta novela. Al igual que con El infierno de los jemeres rojos, de Denise Affonço, me hace pensar que leyendo estas historias contribuimos, aunque sea poco, a que todo ese sufrimiento no haya sido en vano, a poner algo de luz a esos turbios momentos.
Y a vosotros, os recomiendo que la leáis. Ya estáis tardando.
FICHA:
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Pros |
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Contras |
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Espero que esteis disfrutando del período navideño. Feliz Navidad.
Namaste.
Apuntada, no, apuntadísima. A ver si hay suerte y la encuentro en la biblio.
A mi me pasa como a ti, no termino de cansarme de este tipo de historias de esta época tan convulsa de la historia. Sorprende pensar lo poquito que hace que pasó todo esto.
Y lo peor es la autenticidad de las historias. Por desgracia, la ficción no suele superar a la realidad.
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Hierba roja!
vengo a desearte unas felices fiestas!
te deseo lo mejor, cada día.
un abrazo gigante!
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Atram: ¡me alegro leer eso! En este aspecto, me asustó más el de Affonço porque ese directamente era en los años setenta, cuando se daba por hecho que ese tipo de barbaridades eran parte del pasado… pero es cierto que en la época de la Segunda Guerra Mundial se simplifica todo teniendo a un lado a los malvados nazis, cuando la gente de Stalin se les parecía mucho más de lo que pueda parecer. De ahí que aparezca esa segunda cita, resume muy bien que este tipo de gente son los mismos perros con distinto collar, por mucho que cambie el color de su bandera, su tendencia política o el idioma que hablen.
Ismael: ¡Feliz 2013 para ti también! ¡Que venga cargado de éxitos con tu segunda novela! 🙂
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